Capítulo 6 Cásate conmigo
—¡Sara, es una emergencia total! ¿Podrías conseguirme el número de teléfono del jefe Diego?
Rosa lo había bloqueado en Facebook e incluso, había salido del grupo de chat que compartían. Ahora, la única persona a la que podía recurrir era Sara.
Al otro lado de la línea se notaba que todavía no había despertado del todo, su voz sonaba adormilada. —¿Quién?
—Diego...
—Si todavía no te has despertado, vuelve a dormir un rato.
—¡No tengo tiempo para explicarlo, es algo urgente, es en serio!
El supervisor del socio del proyecto había firmado el contrato y luego se había marchado al extranjero. Ella no podía pedirle que regresara solo para firmar otro contrato, ¿verdad?
Sara también notó que no estaba bromeando; se levantó de la cama, pensó un momento y dijo: —El número de su celular no lo puedo conseguir, pero podrías ir a buscarlo a su habitación.
¡Cierto!
Rosa colgó de inmediato, se puso cualquier ropa a toda prisa y salió corriendo hacia la suite presidencial del hotel.
Sin embargo, al llegar a esa planta, apenas saliendo del ascensor, fue detenida directamente por la secretaria del presidente.
—Hola, necesito ver al jefe Diego por un asunto urgente.
La secretaria la miró de arriba abajo con mirada seria —¿Tiene cita?
Rosa: —No.
La secretaria fue igual de escueta, con tres palabras. —Entonces vuelva después.
—¿Podría hacerme un favor? Solo transmítale que Rosa necesita verlo urgentemente; ¡seguro que me recibirá!
Ante su súplica, esta vez la secretaria ni siquiera respondió, fingiendo no oírla.
Rosa empezaba a sentirse derrotada cuando, de la nada, desde la suite oyó la voz grave de Diego.
—Déjala pasar.
...
Al escuchar la orden de Diego, la secretaria por fin la dejó entrar.
Rosa abrió con cuidado la puerta de la suite y vio a Diego de pie frente al ventanal, todavía con aquella bata de seda negra y una taza de café negro en la mano, dándole pequeños sorbos de vez en cuando.
Cuando su mirada se cruzó con la de ella, Rosa se mordió el labio con incomodidad. —Jefe Diego, ¿ese día usted recogió un contrato?
—¿Ese día? —Diego arqueó sus cejas y enseguida dio unos pasos largos hacia ella—. ¿Qué día?
La presión era tan intensa que Rosa retrocedió unos pasos instintivamente.
Sabía que Diego lo hacía a propósito; de nada le serviría desviar el tema, así que decidió decirlo claramente.
—Jefe Diego, aquella noche mi mensaje se lo envié a la persona equivocada y después de eso no recuerdo nada. ¡Hoy de verdad solo he venido a recoger el contrato!
—Rosa, necesito una esposa.
Interrumpida de repente, Rosa se quedó sin reaccionar por un instante. —¿Cómo?
—Dije, cásate conmigo. —Diego se acercó, sus ojos negros fijos en su cara atónita—. Piénsalo.
Lo dijo con un tono tan natural, como si le hablara del clima, pero a los oídos de Rosa casi le pareció que estaba alucinando.
Se quedó quieta un buen rato antes de decir: —Jefe Diego, no hace falta que me ponga a prueba.
Rosa no era tonta: si Diego necesitaba casarse, habría mujeres dispuestas a ir tras él una tras otra; no tendría por qué ser ella.
Así que solo podía ser una prueba.
Quería ver si ella tenía ambición, si quería aprovechar la ocasión para ascender.
Diego no hizo caso a sus palabras y siguió hablando: —¿Tu madre está en tratamiento en el hospital? Puedo conseguirle los mejores médicos e incluso cubrir todos los gastos. De hecho, si aceptas, mañana mismo iremos al registro civil.
Lo decía muy en serio; la expresión en su atractivo semblante no parecía de broma.
Pero...
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho, necesito una esposa. En cuanto a por qué tú. —Diego hizo una pausa y añadió—: Porque eres la más adecuada.