Capítulo 3
Al día siguiente.
—Señora Andrea, la señorita Julia ya se fue, el señor Salvador también salió para la empresa. Ya se limpió la habitación, ¿por qué no regresa a dormir allí? —Dijo Clara con cautela, eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Muchas gracias, Clara, pero de veras no será necesario. —Respondió ella con una sonrisa apacible: —Anoche dormí en la habitación de huéspedes y, la verdad, me pareció que tiene muy buena luz. Mejor trasladen todas mis cosas allá.
Clara se quedó perpleja: —¿Eh...?
¿La señora Andrea quería dormir separada del señor Salvador?
—Ah, cierto. —Andrea dio unos pasos hacia adelante, luego regresó y añadió: —Las cosas que usó la señorita Julia no hace falta moverlas, déjalas ahí.
Quién sabe, tal vez la señorita Julia vuelva a necesitarlas en otra ocasión.
Y ella... simplemente las consideraba sucias.
Clara la miró con asombro, sin saber por un momento cómo reaccionar.
La señora Andrea Vargas siempre había sido de muy buen carácter. Clara llevaba muchos años trabajando allí y jamás la había visto perder la paciencia con el personal.
La señora Andrea, como su propio nombre lo indicaba, era serena, gentil y de una elegancia tranquila, serena como una noche clara.
Andrea tenía buen temperamento, una personalidad dulce y, además, era hermosa. Siempre hablaba con dulzura, sin temor a nadie.
Pero esa misma personalidad, si bien podía describirse como elegante y desapegada, también podía sentirse como sin emociones ni chispa.
Al caer la noche, Salvador regresó a casa después de ocuparse de los asuntos de la empresa.
Esta vez, la sala estaba completamente a oscuras.
¿Andrea no le había dejado encendida una luz?
La familia Vargas nunca fue exigente con el servicio, y especialmente Andrea, la señora de la casa, era una mujer considerada y compasiva.
Por eso, después de la cena, los empleados podían irse a descansar sin tener que esperar.
En el pasado, a esta hora, Andrea solía esperarlo en el sofá de la sala, envuelta en una manta, con un libro en las manos o una taza de café caliente, aguardando su regreso en silencio.
Pero esa noche, ella no estaba.
A Salvador se le deslizó una expresión extraña por los ojos. Se quitó el abrigo y fue él mismo quien encendió la luz del salón.
Recorrió el primer piso buscándola por todas partes, pero no encontró esa figura delgada y familiar.
¿Acaso ya se había ido a descansar arriba?
Justo cuando Salvador comenzó a subir las escaleras, un estruendo retumbó desde afuera: un rayo cortó la oscuridad de la noche.
En un instante, la lluvia torrencial cayó sin piedad.
Esa tormenta largamente contenida, al final, había estallado con fuerza descomunal.
Salvador ya durante el camino de regreso había sentido el ambiente opresivo y gris, tan denso que costaba respirar.
Ese silencio absoluto que precede a una tormenta hoy le resultaba extrañamente incómodo.
Por eso le había estado pidiendo al conductor que acelerara.
Y ahora, viendo cómo la lluvia azotaba violentamente el exterior, su corazón empezó a latir con fuerza sin una razón clara.
¿Andrea seguía molesta con él?
Con ese pensamiento, Salvador apuró el paso escaleras arriba y empujó la puerta del dormitorio.
—Andrea, ya llegué... —Las palabras restantes se le atoraron en la garganta.
Salvador se quedó helado.
Andrea no estaba en la habitación.
Como si algo lo golpeara de repente, sacó el teléfono con rapidez para llamarla.
—¿Qué es lo que pasa? —Dijo una voz familiar detrás de él, inesperadamente.
Era la de Andrea.
Antes de que él pudiera decir algo, ella habló primero: —Anoche dormí en la habitación de huéspedes y me di cuenta de que durante el día entra muy buena luz, y por la noche se pueden ver las estrellas desde el balcón. Quiero seguir durmiendo allá.
Salvador guardó silencio por un instante, su expresión se tornó gélida: —Haz lo que quieras.
Desapareció por el pasillo.
La puerta se cerró de un golpe.
Andrea curvó los labios con amargura. ¿Todavía esperaba algo?
La comprensión, la ternura de Salvador... ahora solo se las reservaba para una persona.
Y esa persona, definitivamente, no era ella.
Sin duda, él estaba enojado.
Seguramente pensaba que ella estaba haciendo un berrinche a propósito, que dormir en cuartos separados era una pataleta infantil, algo absurdo e irracional.
Por la mañana, en la mesa del comedor.
—Julia acaba de integrarse a un grupo de rodaje, va a hacer participe de una producción de terror y suspenso. Está bastante asustada y nerviosa, así que estos días no voy a regresar por que tengo que acompañarla. —Dijo Salvador, dejando la leche sobre la mesa mientras la miraba.
Andrea untaba el queso crema sobre su tostada con calma y respondió con tono sereno: —¿Vas a acompañarla al rodaje? ¿Y los asuntos de la empresa ya no los vas a atender?
Aunque ya tenía en mente la idea de alejarse, la familia Vargas la había tratado bastante bien durante todos estos años.
La familia López, por su parte, había estado al borde de la bancarrota unos años atrás, y fue la familia Vargas quien puso dinero y esfuerzo para rescatarla, logrando así relanzar los negocios de los López.
La familia Vargas representaba el trabajo de toda una vida para Manuel, así que era natural que ella deseara que a la familia Vargas le fuera cada vez mejor.
Pero Salvador creyó que Andrea, otra vez, se estaba dejando llevar por los celos. Frunció el ceño, visiblemente molesto, y dijo: —Te lo he dicho muchas veces, Julia es joven y no entiende de relaciones humanas ni de cómo funciona el mundo. El ambiente del entretenimiento es complicado, si no la protejo yo, le será muy difícil abrirse camino. Esta vez, además, el rodaje es justo de lo que más le asusta: del genero paranormal. Tengo que estar con ella.
Andrea dio un sorbo a la leche con delicadeza. Aunque sentía un dolor punzante en el pecho, una acidez amarga e insoportable, su rostro no mostró emoción alguna: —Yo no he dicho que no la acompañes. ¿Por qué te alteras?
Salvador se quedó sin palabras.
Su actitud era demasiado tranquila, en otro momento, ya se habría alterado.
Quizás para los demás, Andrea siempre era la mujer amable y considerada, pero con Salvador había llorado, había gritado, incluso había perdido el control por completo.
Esta vez, en cambio, estaba demasiado tranquila: no hubo reproches ni intentos de detenerlo.
Eso, precisamente, fue lo que más sorprendió a Salvador.
—Justamente estos días estaré muy ocupada también. Planeo regresar a casa por un tiempo. —Dijo Andrea tras haber terminado de comer. Se limpió la comisura de los labios con elegancia, alzó la mirada y le dedicó una sonrisa dulce.
Salvador presionó los labios. Esa sensación de inquietud que lo invadía, por fin, desapareció.
—Andrea, espérame.
—Ya cuando regrese te voy a dar otro regalo de cumpleaños para compensarte.
El cumpleaños y el aniversario de bodas que habían pasado hacía poco fueron arruinados por Julia, convertidos en un desastre total. Para Andrea, aquello se había quedado como una espina clavada en el corazón. Aunque la extrajera, la herida jamás sanaría del todo.
Al escuchar sus palabras, Andrea simplemente asintió con docilidad, sin decir nada más.
Al verla tan obediente y comprensiva como siempre, Salvador esbozó una leve sonrisa, se acercó y se inclinó con intención de besarla en el entrecejo.
Pero Andrea se giró de lado y se puso de pie, dejando que el beso cayera en el vacío.
Sus miradas se cruzaron. En ese instante, al encontrarse con esos ojos calculadores, el corazón de Andrea se estremeció.
Hacía mucho tiempo que él no le sonreía así.
Esa sonrisa, ella la había visto muchas veces en el pasado.
Después de que desapareciera durante dos años y regresara, nunca más volvió a sonreírle así.
Y si alguna vez sonreía, era solo para Julia.
En aquellos primeros años, él sí la había cuidado con cariño.
Andrea recordaba que cuando recién se casaron, los dos vivieron una etapa de amor apasionado.
Salvador le había prometido que la amaría solo a ella por el resto de su vida, que jamás la traicionaría.
Que si lo hacía, perdería a su ser amado y sería destruido por completo.
Él incluso se mando a hacer una vasectomía solo porque ella dijo que no quería tener hijos.
Ese amor verdadero existió. Andrea no dudaba de que Salvador la quiso de verdad. Lo lamentable era que, en este mundo, los sentimientos más sinceros eran también los más fugaces.
Tal vez ni siquiera Salvador se había dado cuenta de que ya se había enamorado de otra persona.
Durante esos dos años que estuvo con Julia, su corazón se lo entregó a ella.
Después de todo, sin recuperar la memoria, Salvador en realidad se resistía a regresar. No quería dejar aquel pueblito de pescadores, porque alli estaba Julia.