Capítulo 73
Y en ese momento, las manos de Andrea ya estaban hinchadas de un color púrpura rojizo.
La circulación deficiente hacía que sus manos estuvieran heladas como el hielo.
En la comisura de sus labios se dibujó una leve sonrisa; sus manos casi habían perdido la sensibilidad, frías como la escarcha, pero ni siquiera eso podía compararse con el frío que sentía en el pecho.
—Salvador, ¿no es que te gustaba ella? Pues ahora los estoy complaciendo, ya no seré tu esposa. Sé que te preocupa el abuelo, no importa, podíamos divorciarnos en privado por ahora.
Él guardó silencio.
¿Divorciarse? ¿Divorciarse de verdad?
Salvador jamás lo había considerado.
Separarse de Andrea, nunca se lo había planteado.
Parecía que, en lo más profundo de su ser, el lugar de esposa solo podía ocuparlo ella, y siempre sería suyo.
Salvador guardó silencio durante mucho tiempo, hasta que alzó la mirada para verla y dijo: —¿No podías llevarte bien con Julia? Ella no tenía mal carácter, era ingenua, alegre. ¿Antes no querías

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