Capítulo 75
Después de que finalmente encontraron a Salvador, Andrea se sintió feliz pero también aterrada, temiendo que todo fuera solo una ilusión.
Como una burbuja de espejismo, que estallaba al menor contacto.
Pensándolo ahora, habría sido mejor que fuera solo una ilusión.
Al menos podría haberse quedado eternamente sumida en ese viejo sueño de ser amada, engañándose a sí misma de que él jamás había cambiado.
—No llores, no llores... ya pasó. Dime quién te hizo esto.
Cuando Andrea volvió en sí, se dio cuenta de que ya estaba suavemente abrazada por el hombre.
La voz de Sebastián era tan suave como el agua; su palma ancha y cálida le daba suaves palmaditas en la espalda, mientras que su otra mano, por cortesía, flotaba en el aire sin tocarla.
Se había desbordado y había llorado frente a él, y ahora él la estaba consolando.
Esa conciencia hizo que las mejillas de Andrea se sonrojaran al instante; su rostro entero se tiñó de rojo.
Esa fugaz sensación de familiaridad que Sebastián le provocaba fue

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