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Capítulo 7

Dentro de la antigua casa de los Vargas. —¡Andrea, déjame verte bien! ¡Ay! ¿Qué te pasó? ¡En solo tres meses te has adelgazado tanto! Manuel se apresuró hacia Andrea tan pronto como la vio, apoyándose en su bastón. La tomó del brazo y la examinó de arriba abajo, con los ojos llenos de preocupación. Durante los últimos seis meses, el estado de ánimo de Andrea realmente no había sido bueno. El estómago es un órgano que responde a las emociones, cuando uno no se siente bien anímicamente, naturalmente también pierde el apetito. Durante los dos años de desaparición de Salvador, Andrea, abrumada por la preocupación y el anhelo, apenas comía a sus horas, y su estómago terminó resentido. Andrea había gozado de buena salud en el pasado. Aunque de apariencia parecía delicada y gentil, en realidad nunca tuvo malos resultados en educación física desde pequeña. Su salud había comenzado a deteriorarse desde la desaparición de Salvador, y fue empeorando con el tiempo. Lo que en un principio fue una dolencia pasajera nunca terminó de curarse del todo. Así fue como se le desarrolló la enfermedad estomacal. Y cuando Salvador regresó, lo hizo trayendo consigo a Julia. Al perder la seguridad en su matrimonio, Andrea vivía en constante ansiedad, lo que naturalmente afectaba su sueño y su alimentación. Ya no era una jovencita, y tanto desgaste emocional la fue dejando cada vez más desmejorada. Manuel siempre había sentido un afecto especial por Andrea, quizá por el cariño típico entre abuelos y nietos. Al verla así, su corazón se encogía aún más. El anciano no pudo evitar que se le enrojecieran los ojos. Levantó la mano y le acarició la cabeza con ternura. —Ven, siéntate. —Tengo algunas cosas que quiero decirle a Andrea. Ustedes pueden salir. —Manuel hizo un gesto con la mano. El viejo mayordomo vaciló un instante, pero finalmente se dio la vuelta y se retiró. Andrea, siempre tan perceptiva, dejó que su mirada se posara en la silla de ruedas que se encontraba en la esquina de la sala. Se mostró algo sorprendida. Miró a Manuel, y una sombra de preocupación cruzó su entrecejo: —Abuelo, ¿cómo está su salud? —Ay, nada grave. —Respondió Manuel con una risa franca: —Lo mismo de siempre. Gracias por preocuparte, Andrea. Siempre tan atenta, a diferencia de ese desgraciado de Salvador, que ni se acuerda de este viejo. Al mencionar a Salvador, Andrea sintió cómo sus dedos se entumecían y su corazón se hundía lentamente, como si algo pesado lo aplastara sin piedad, dejándola sin aliento. Era como la agonía de alguien que se ahoga antes de morir. —Andrea, dime la verdad, ¿ese desgraciado te ha maltratado? Andrea esbozó una sonrisa algo rígida, sin intención alguna de quejarse ante su abuelo. Así que le respondió: —No, Salvador me trata muy bien. —¡Tonterías! —Manuel frunció el ceño con fuerza: —¿Tú crees que no te conozco? Desde niña has sido así, con ese temperamento tranquilo como el agua, siempre dando la impresión de ser amable con todos, sin pelear, sin exigir nada. —Con ese carácter tuyo, aunque sufras injusticias, solo te las guardas para ti. Si nadie te pregunta, no lo dices, y aunque te pregunten, igual lo escondes. —Manuel la miró con profundo pesar mientras negaba con la cabeza, frustrado por su falta de reacción. —Dicen que amar a alguien es como cuidar una flor. Mira cómo estás tú, tan demacrada, pareces una flor marchita a punto de perder sus últimos pétalos. —Aunque ya estoy jubilado y no me meto mucho en los asuntos de la empresa, no estoy ciego ni senil. ¿De verdad crees que no estoy al tanto de esas noticias de farándula que andan circulando por ahí? —Manuel le dio unas palmaditas en la mano: —Andrea, tú tranquila, mientras me tengas a mí, yo te respaldaré. ¡Voy a hacer que ese desgraciado pague por todo! No sabe valorar lo que tiene. Andrea se quedó en silencio por un momento, como si su mente se hubiera desviado. De pronto recordó ese acuerdo de divorcio que ya llevaba su firma. Bajó la mirada, con esos ojos puros y delicados, y dijo mientras sacudía levemente la cabeza: —Gracias, abuelo, pero ya no hace falta. Ya no tenía sentido. Ella había decidido irse. Lo de Salvador con Julia no era más que amor, aunque él aún no lo supiera. La forma en que miraba a Julia era casi idéntica a como solía mirarla a ella en el pasado. La mirada del ser amado era cálida y sincera. Dicen que los ojos son la ventana del alma, y los ojos de una persona nunca mienten. Si seguían enredados en esa relación, solo acabarían agotando todo el afecto que quedaba entre ellos. Haber crecido juntos desde la infancia, al final, no podía compararse con el repentino encuentro con alguien que uno llegaba a amar. Al pensar en eso, Andrea no pudo evitar sentir una punzada de amargura en su corazón. —Andrea, eres de veras una muy buena persona. —Dijo Manuel al verla así. ¿Cómo no iba a adivinar lo que estaba pasando? Se notaba preocupado: —Andrea, ¿Salvador te está maltratando, verdad? Yo me haré cargo. Mañana... no, ¡hoy! Esta misma noche lo haré volver. El abuelo le dará una buena lección a ese bastardo. —Ustedes son esposos, y además tienen el lazo de haber crecido juntos desde pequeños. Pelear es normal. ¿Qué pareja común y corriente no discute? Basta con hablar bien las cosas. —Y en cuanto a esa tal Julia, yo mismo me encargaré. Voy a mandar a alguien a que la saque de aquí. La mandaré al extranjero, bien lejos, para que nunca más pueda molestar a nuestra Andrea. ¿Está bien así? Andrea negó con la cabeza: —Abuelo, esto es un asunto entre él y yo. Yo lo resolveré por mi cuenta. Usted no tiene que intervenir... De verdad, no hace falta. Ahora lo más importante es que usted cuide su salud. Manuel había trabajado toda su vida. Con la edad, inevitablemente, le habían surgido algunos problemas de salud. Si además tenía que preocuparse por los asuntos de los jóvenes, para ella sería un pecado imperdonable. Y además, conociendo a Salvador como lo conocía, si Manuel hacía algo contra Julia, él seguramente se desquitaría quien sabe cómo. Para entonces, era inevitable que surgieran resentimientos entre Manuel y Salvador. Andrea no quería ver que eso pasara. Manuel de pronto guardó silencio, mirándola fijamente durante un buen rato. Como un hombre con décadas de experiencia en el mundo de los negocios, la agudeza de Manuel superaba con creces la de la mayoría. Y más aun tratándose de Andrea, una chica a la que había visto crecer y conocía profundamente. Después de un largo rato, en medio del silencio se escuchó un suspiro. Manuel la miró y le preguntó: —Andrea, dime la verdad. —¿Estás pensando en divorciarte de Salvador? Un gesto minúsculo podía provocar una gran reacción. Andrea se quedó rígida de inmediato, sentada en el sofá, sin moverse, con la mirada baja. Jamás se habría imaginado que Manuel lo adivinara con tanta precisión. Andrea ya tenía su plan preparado. Manuel padecía del corazón, y a su edad no podía recibir ningún tipo de impacto emocional. Por eso, aunque llegara el momento de divorciarse formalmente de Salvador, no tenía intención de decírselo a Manuel por el momento. En las festividades pensaba inventar alguna excusa para salir del paso, o tal vez fingir junto a Salvador ante el abuelo, solo por unos momentos. Respecto a los medios, Salvador seguramente sabría cómo manejarlos para que ninguna información llegara a oídos de Manuel. Pero ahora... cuando todavía no había puesto en marcha ninguna de esas medidas, Manuel ya se había dado cuenta de todo. Al final, lo que se quiere ocultar no se logra esconder, y lo que se desea con el corazón, tampoco se consigue. Su vida entera parecía un continuo ir en contra de sus propios anhelos, siempre en desacuerdo con lo que deseaba. Los ojos de Manuel reflejaban un dolor profundo y una tristeza resignada. La miró y, con voz suave, le dijo: —Andrea, por favor no te divorcies de Salvador, por favor. Andrea no respondió, ni tampoco levantó la cabeza. Seguía con la mirada baja, guardando un silencio absoluto.

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