Mantuve una relación clandestina durante cinco años con mi hermano adoptivo, Rodrigo Rivas. Teníamos sexo todas las noches; por él aprendí todo tipo de posturas.
Cuando, llena de ilusión, esperaba que se casara conmigo, descubrí aquella llamada que aún no había colgado.
Entonces supe que, cada vez que tenía sexo conmigo, lo transmitía en directo a sus amigos.
En el grupo de WhatsApp comentaban lo desinhibida que yo era en la cama.
Al final del chat aparecía un mensaje recién enviado por Rodrigo:
[Una mujer a la que con solo hacerle una seña se sube a la cama, tan repugnante como su padre. Cuando me canse de jugar, la dejaré en la ruina y el desprestigio.]
Las lágrimas me nublaron la vista.
Resultó que los cinco años de amor que yo creía tener no eran más que su plan de venganza.
Apreté con fuerza la invitación que tenía en la mano y abordé el avión rumbo al extranjero.
Esta vez, ya no lo esperaría más.