Capítulo 11
El dolor físico se extendía por todo su cuerpo. Adriana apretó la mandíbula intentando liberarse, pero cuanto más lo intentaba, más atrapada se sentía. El dolor agudo hizo que palideciera ligeramente, y diminutas gotas de sudor comenzaron a aparecer en su sien.
En medio de un silencio absoluto, el monitor cardíaco junto a la cama emitió de repente un agudo sonido de alarma.
Adriana, de pronto, sonrió radiantemente. —¿Tanto quieres saber? ¿Por qué no vas tú mismo a averiguarlo?
Inclinó la cabeza y deslizó suavemente los dedos sobre la cara de Gabriel, su tono seguía siendo meloso: —¿Me amas tanto y ni siquiera estás dispuesto a aceptar a mi hijo?
—¿Aceptar a tu hijo?
Al escuchar esas palabras, Gabriel apretó de golpe los dedos. La baranda al borde de la cama crujió bajo su fuerza.
—¿Lo puedes repetir?
Simplemente no podía creer lo que acababa de oír.
La sonrisa de Adriana se volvió aún más radiante. La ternura anterior desapareció por completo, reemplazada por una malicia intensa.
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