Capítulo 31
Los labios de Salvador fueron a besarla.
Lorena, irritada, le mordió con fuerza los labios.
Aunque su boca se llenó del sabor metálico de la sangre, él no la soltó.
Ella apartó la cabeza con desdén. —No te lavaste los dientes.
Salvador se quedó helado por un momento y luego hundió la cara en su cuello. —¿Y antes, cuando amanecía y lo hacíamos sin habernos lavado los dientes, por qué no te quejabas?
Lorena se estremeció; los ojos se le humedecieron. Pensaba que él ya había olvidado todo aquello.
En aquel entonces, él siempre llegaba tarde de las reuniones, se duchaba y la abrazaba en la cama; y cada vez, ella despertaba bajo sus caricias, besándose dulcemente.
—Salvador, en aquel tiempo te amaba. Ahora ya no.
El cuerpo de Salvador se fue quedando rígido, hasta que la apartó de golpe.
Lorena no lo miró. Levantó la mano para abrir la puerta del dormitorio principal. Entonces oyó su voz ronca detrás: —Aunque ya no me ames, seguiremos atados el uno con el otro toda la vida. Dices que le ced

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