Capítulo 20
Imaginó a Mariana bajo el resplandor de los reflectores, recibiendo el trofeo, con esa sonrisa radiante y segura.
Esa gloria siempre le había pertenecido, solo que, por culpa suya, había llegado demasiado tarde.
Cerró los ojos y las imágenes se sucedieron ante él: los ojos tímidos y esperanzados de ella el día en que se casaron. Su figura preparando la cena en silencio, en aquella mansión.
Sus lágrimas desesperadas en la comisaría.
Y esa última mirada fría, sin emoción, cuando se despidieron para siempre.
Una lágrima caliente resbaló sin aviso por la comisura de su ojo, se deslizó hasta el cuello de su camisa y desapareció.
Cuando los volvió a abrir, la tormenta en su mirada había cesado. Solo quedaba una resignación serena, una bendición silenciosa y una paz definitiva.
Se perdonó a sí mismo, y aceptó, al fin, esa verdad innegable: ella sería feliz para siempre, pero jamás volvería a pertenecerle.
Apagó la radio, el zumbido cesó de golpe, solo quedaron los sonidos nocturnos de los ins

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