Capítulo 6
Todavía recuerdo que, antes de que empezara la boda, el teléfono de Ignacio estaba bajo mi custodia.
La contraseña era mi fecha de nacimiento, y en la parte superior de Facebook también estaba yo.
Pero en su carpeta de documentos de trabajo, donde sólo solía haber archivos laborales, apareció de repente un mensaje de voz de apenas tres segundos.
Reproduje el audio y escuché la voz suave y delicada de una chica.
—Cariño, te extraño.
La sonrisa se congeló en la comisura de mis labios.
Sentí cómo la sangre se me helaba en todo el cuerpo.
Afuera seguían lanzando fuegos artificiales, petardos y tocando tambores y gongs.
Pero yo, de repente, me quedé sorda, como si en ese instante no pudiera oír nada del mundo exterior, sólo esa frase resonando una y otra vez en mis oídos.
La hora marcaba que el mensaje fue enviado hace una semana, a las seis de la tarde.
Ese día era festivo. Cuando Ignacio y yo pasábamos por la sección de bebés en el supermercado, todavía le preguntaba adrede:
—Ignacio, si

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