Capítulo 20
Por un instante, todas las miradas se posaron sobre Carolina.
Ella miró fijamente a Melchor, tomó aire hondo y, de pronto, soltó las palabrotas que llevaba mucho tiempo guardando en el pecho: —Parece que eres un idiota que no entiende el idioma de la gente.
Felipe estuvo a punto de soltar una carcajada; jamás habría imaginado que la siempre dulce señorita Carolina, acorralada hasta ese extremo, llegara a insultar.
Pensó que era una lástima que el jefe Juan no hubiera venido en persona; lo mejor habría sido grabarlo para que lo escuchara.
Melchor se tensó, incapaz de reaccionar de inmediato. —¿Qué has dicho?
—¡Que actúes o no, me da lo mismo! Y en cuanto a Lilia, ella no tiene la capacidad suficiente. Hoy, sin importar quién venga a rogar, ¡no se quedará!
—¡Tú! —Melchor la fulminó con la mirada, con los ojos a punto de estallar—. Eres simplemente...
Estaba convencido: ella había recurrido a artimañas viles para arrebatarle a Lilia la plaza.
—Sí, soy terca, no escucho consejos, no presto

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