Capítulo 10

Las ruedas chirriaron contra el asfalto mientras Diego apretaba con fuerza el volante. El GPS indicaba que quedaban quince kilómetros, y el velocímetro ya rozaba el límite. Las piedras del camino de montaña golpeaban sin cesar los bajos del carro, pero ni se le pasaba por la cabeza reducir la velocidad. De repente, un estruendo, el todoterreno chocó contra la ladera derecha. El airbag saltó al instante; la frente de Diego golpeó el parabrisas y la sangre le corrió desde la ceja hasta el ojo. Se quitó la corbata, la usó de torniquete y volvió a arrancar el motor. Cuando por fin divisó el contorno de la casa, salió del carro de una patada. Sus zapatos, manchados de sangre, iban dejando huellas caóticas en el suelo mientras subía corriendo las escaleras y abría la puerta de la habitación de Sonia. Tal como sospechaba, ella no estaba allí; todo seguía exactamente igual que antes. No había ni rastro de que hubiera llevado sus cosas. El silencio era insoportable. —¿Dónde está Sonia? Diego ag