Capítulo 13
Al mismo tiempo, en una pequeña aldea de Piedraplata, una mujer delgada trabajaba con ahínco en el campo.
—Mari, descansa un poco.
La voz de la anciana resonó a su espalda y, al volverse, María mostró una sonrisa.
—Abuela, con este calor, ¿qué haces aquí?
—Como no regresabas, te traje una sopa fría para que te refresques.
La anciana tomó su mano y, mientras ambas bebían la sopa, caminaron juntas por el sendero entre los sembrados.
En medio de aquella dicha, María contempló la figura encorvada de su abuela y no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas.
Cuatro meses atrás, en el instante en que saltó del acantilado, creyó que moriría.
Pero el cielo se apiadó de ella: cuando abrió los ojos, se encontró en la casa de un pescador.
El pescador le contó que la había visto flotando en el mar y pensó que estaba muerta, pero al palparle el pulso descubrió que aún estaba viva, y por eso la rescató.
Sobreviviendo de milagro, María abrazó la urna con las cenizas de su hijo y, recorda

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