Capítulo 27
Sin palabras rebuscadas, sin promesas vacías, solo una confesión directa, al más puro estilo de Cipriano, pero más conmovedora que cualquier frase dulce y melodiosa que Amelia hubiera escuchado.
Ella miraba al hombre frente a ella, dispuesto a aceptarla por completo, a brindarle una libertad infinita, y sus ojos se humedecieron levemente mientras una sonrisa radiante y feliz florecía en su cara.
Extendió la mano, asintiendo con fuerza, mientras decía con voz clara y firme: —¡Sí! ¡Acepto!
Cipriano se quedó atónito por un segundo, luego saltó de alegría y, con algo de torpeza, le colocó el anillo en el dedo anular. ¡Le quedaba perfecto!
La abrazó con fuerza y empezó a girar con ella en brazos una y otra vez, emocionado como un niño que acababa de recibir el tesoro más preciado del mundo.
—¡Estoy feliz! ¡Por fin me voy a casar contigo! —gritó hacia el campo de lavandas, y el eco de su voz flotó en el crepúsculo.
Amelia lo rodeó con los brazos por el cuello, riendo hasta que las lágrimas b

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