Capítulo 80

Cuando ya estaba a punto de hundirme en la desesperación, el hombre frente a mí cayó de golpe al suelo. En medio del terror, apareció ante mis ojos un rostro joven, casi infantil. Me resultaba familiar, pero mi mente estaba tan alterada que no lograba ubicar quién era. —¿Héctor? —Los otros dos lo sacudieron, pero al verlo inconsciente sus miradas se volvieron feroces. —¿Así que te atreves a arruinar nuestro trabajo? —¿Gabriel? —En medio del vacío de mi mente, su nombre regresó de pronto. —¿Estás bien? —Preguntó él con preocupación, mirándome de arriba abajo. Negué con la cabeza. Gabriel me tomó de la muñeca; recién entonces noté que tenía la piel abierta y que la sangre resbalaba en pequeños hilos rojos. —¿Te duele? —Su ceño fruncido estaba cargado de angustia Una parte de mí se tranquilizó, aunque en ese momento la herida empezó a palpitar con un dolor sordo. Aun así, volví a negar. Todavía no habíamos salido del peligro; no podía distraerme con algo tan menor. Gabriel me colocó detrá