Capítulo 112
Después de un largo silencio, Salvador finalmente habló.
—Andrea, ¿sabes? Para mí, ella fue lo que tú fuiste en aquel entonces.
Recordaba los votos matrimoniales de antaño, pero no podía engañarse a sí mismo.
Después de todo, aquellos dos años en el pequeño pueblo pesquero eran imborrables.
Había sido un nuevo yo, un hombre que se enamoró con el alma de una muchacha, que lo dio todo solo por verla sonreír.
Para Salvador, en aquella relación nadie tenía la culpa.
El culpable fue el destino.
El destino, ese que juega con las personas.
Le permitió tener a Andrea, y después, encontrar a Julia.
Andrea bajó la mirada y le susurró: —Esas cosas que creí que eran solo mías, al final descubrí que también las compartías con otra.
Salvador hizo cara de pocos amigos.
—Quizá no lo sepas, pero muchas veces me enojaba en silencio, y, al final, también en silencio, te perdonaba. Andrea sonrió suavemente, los labios curvados con aparente alegría.
Pero si uno miraba más de cerca, en el fondo de aquellos

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