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Capítulo 8

El fuego en el piso de arriba se hacía cada vez más intenso. Pronto las habitaciones de abajo también empezaron a filtrarse con agua. El voraz incendio iba destruyendo poco a poco el hogar de Facundo y Alma. Facundo observaba la escena con dolor. Subió corriendo las escaleras. El fuego en el laboratorio de investigación finalmente se había extinguido. Y esa habitación estaba llena de olor a quemado y a humo. Durante mucho tiempo, Facundo permaneció allí, insensible, de pie. Por fin un bombero le dijo: —Señor Facundo, las cosas aquí dentro no pudimos rescatarlas, pero por suerte no hubo víctimas. Facundo avanzaba desolado paso a paso hacia el laboratorio. Vio el laboratorio irreconocible, cuántas incontables noches y días se habían pasado allí, él y Alma. Allí se amaron, allí trabajaron sin cesar. Todos sus bellos recuerdos estaban allí. De repente, Facundo se preguntó: ¿por qué habían terminado así él y Alma? ¿Era por Vanessa? Quizá sí, o tal vez no. Vio la cara llorosa de Vanessa. Pero en su mente solo aparecía la cara de Alma. En lo más profundo de su corazón, deseaba que Alma llorara también. En estos diez años, Alma nunca había mostrado debilidad alguna frente a él. Siempre había sido tan serena. Al principio, era Alma quien lo amaba. Permanecía en absoluto silencio a su lado, y le daba lo que él necesitara. Si tenía hambre, ella lo notaba enseguida y le llevaba comida; aunque tenía poco dinero, le compraba una comida costosa. Si por casualidad discutía con sus amigos, ella se interponía delante de él, soportando incluso los puños que casi iban dirigidos a él. Cuando él la abrazaba y exigía de ella, aunque claramente ella no estaba acostumbrada. Aun así, ella suavizaba su rígido cuerpo y le permitía hacer lo que quisiera. Esa fue la única vez que ella lloró. Después, lo acompañó a emprender, a tener hijos. Pero jamás volvió a derramar lágrimas delante de él. Se había vuelto tan fuerte que rozaba la indiferencia. Hacía todo tipo de cosas por él, sin quejarse nunca de cansancio. Con el tiempo, él la ponía a prueba cada vez más; quería que Alma dependiera para todo de él. Pero salvo por Moisés, Alma no tenía puntos débiles. Sin embargo, él también olvidó por completo que él mismo era el punto débil de Alma. Cuando apareció Vanessa, al principio él no quería criarla; al fin y al cabo, podía ayudar a un amigo dándole una buena suma para que otros se encargaran de ella. Sin embargo, eligió llevarla a la casa. Y, en efecto, cuando Vanessa apareció en sus vidas, Alma finalmente reaccionó. Cuanto más cercano se volvía con Vanessa, más cambiaba la expresión en los ojos de Alma. Ella sentía celos, y eso alegraba en el fondo de su ser a Facundo. Pero luego, las cosas se volvieron incontrolables. Su atención se había desviado hacia Vanessa, su llanto perturbaba su corazón. Y él se había olvidado por completo de Alma. Había olvidado que la razón por la que llevó a Vanessa a casa era por Alma. Pascual llegó apresurado caminando sobre el suelo lleno de agua. —Señor Facundo, alguien quiere verlo. Facundo bajó y se sentó en una oficina. Allí se encontró con un abogado. —Buenos días, señor Facundo, soy Joaquín, el abogado designado por la señora Alma. Aquí tiene un acuerdo de divorcio y un acuerdo para renunciar a la custodia de Moisés. Facundo miró perplejo la sección donde Alma ya había firmado su nombre. Sus dedos temblaban sin control. —¿Dónde está Alma? La expresión de Facundo se ensombreció, y contuvo una profunda ira. Joaquín dijo: —Lo siento mucho, la señora Alma me ha encargado que complete todos los procedimientos necesarios del divorcio por ella. Por favor, firme usted aquí. La expresión de Facundo era de enojo, y sus ojos estaban llenos de determinación y dureza. —Dígale que salga de donde este, Moisés es mi hijo, el Grupo Horizonte Azul lo fundamos ella y yo, ella es mi esposa, quiero que ella venga a verme en persona.

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