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Capítulo 2 Llevar las cenizas de mis padres a casa

¡Hurra! Dos filas de soldados salieron con paso firme, se alinearon en la puerta del cuartel y levantaron la mano derecha para saludar militarmente a Julia. Entonces ella vio al viejo comandante Sergio González, vestido con uniforme, que llevaba en sus propias manos una urna funeraria de madera de ébano negro y se acercó hasta ella. La urna estaba cubierta con la bandera tricolor. Aquella bandera resplandeciente le desgarró de inmediato los ojos a Julia. Esa bandera tricolor representaba la fe de sus padres. Cuando aceptaron la misión encomendada por la patria y se unieron al Comando Tormenta para partir al extranjero, ya estaban preparados para el sacrificio. —Cuando hallaron los restos de tus padres, estaban mezclados. Por eso, en el extranjero incineraron sus cuerpos juntos y los colocaron en esta urna —dijo Sergio con un dejo de disculpa. —Está bien así —respondió Julia, mirando la urna cubierta por la bandera tricolor—. Papá y mamá se amaban tanto, que estar juntos después de muertos también es lo que habrían deseado. Sergio asintió y, de pronto, se irguió con solemnidad. Con ambas manos ofreció la urna a Julia y exclamó: —¡El espíritu de los mártires será inmortal! Los soldados que estaban detrás de Sergio, al unísono, repitieron con voz potente: —¡El espíritu de los mártires será inmortal! El clamor ensordecedor pareció romper los cielos. Los ojos de Julia se humedecieron. Enderezó la espalda y volvió a saludar con solemnidad a Sergio y a los soldados. —¡Voy a llevar a mis padres a casa! Julia tomó la urna de las manos de Sergio y lo proclamó en voz firme. La urna era pesada, pero al mismo tiempo le transmitía una inexplicable serenidad. A sus padres, que habían muerto tres años atrás en tierras extranjeras, Julia por fin podía llevarlos de regreso a casa. Tras concluir la entrega de la urna, Sergio notó que aquel día solo había acudido Julia. —¿Y tu esposo? ¿No vino contigo? —Sergio sabía que Julia estaba casada. Ella bajó la mirada y respondió con calma: —Está ocupado, no vino. Sergio había visto crecer a Julia. Aquella muchacha llena de vitalidad, después de tres años de matrimonio, mostraba ahora en la cara un cansancio evidente. —Si llegas a tener algún problema, dímelo. Yo todavía puedo serte de ayuda —dijo Sergio mientras le daba una palmada en el hombro. —¡Gracias, señor Sergio! —respondió Julia. —Y recuerda, si allá afuera no estás bien, siempre puedes volver. ¡Las puertas del cuartel estarán abiertas para ti por siempre! —añadió Sergio. Julia asintió levemente y, tras despedirse de Sergio, llevó con cuidado la urna de sus padres hasta el auto. Con delicadeza la colocó en el asiento del copiloto y encendió el motor. —Papá, mamá, los llevo a casa. ... Al regresar a la mansión, Julia escuchó la voz de la madre de Diego que venía desde la sala. —Ahora que Andrea volvió, y encima es capitana, deberías divorciarte de Julia y casarte con Andrea. —Ella y yo solo somos amigos —respondió la voz grave de Diego. —¿Amigos? ¡Por favor! Todos saben que a ti quien te gusta es Andrea. Ella tiene buenos estudios, buen trabajo, es la primera capitana mujer de AeroEstrella. ¡Julia no tiene nada, no está a la altura de Diego! —dijo Nora Guzmán, la hermana de Diego. Julia sintió una gran desilusión. Después de tres años de matrimonio en los que había acompañado a Diego en su emprendimiento, desvelándose por los negocios de la empresa, incluso yendo a la oficina con un suero en el brazo más de una vez, lo único que recibía ahora era un "no está a la altura". En ese momento, Nora la vio. —¡Julia, qué descaro! ¿Así que estabas espiando? Julia dio unos pasos al frente. —No me escondí ni me oculté. ¿Cómo llamas a eso espiar? —Mejor que escuches, entonces. Si tuvieras un poco de sensatez, deberías divorciarte de Diego cuanto antes y no entorpecer lo que él tiene con Andrea —dijo Nora con el mismo desprecio de siempre. —¡Nora, basta! —La cortó Diego. Pero ella no se detuvo. —No estoy mintiendo. Julia no tiene nada. Aprovechó que Andrea se fue y se metió en el medio para obligarte a casarte con ella. La cara de Diego se ensombreció. —¿Ya terminaste, Nora? Ella frunció los labios y no se atrevió a decir nada más. La madre de Diego, Cecilia, se adelantó para calmar a su hija. Diego arrugó la frente, se acercó a Julia y fijó la mirada en la urna de ébano negro cubierta con la bandera que ella llevaba en brazos. —¿Eso es...? —Son las cenizas de mis padres —dijo Julia—. Los traje de regreso. En los ojos de Diego pasó un destello de culpa. —Perdóname. Hoy debí acompañarte, pero la madre de Andrea se torció el pie y por eso... No alcanzó a terminar su frase cuando un grito agudo lo interrumpió. —¿Qué? ¿Cenizas? Cecilia fulminó a Julia con la mirada. —¿Cómo se te ocurre traer algo tan funesto a esta casa? ¿Funesto? Julia miró incrédula a Cecilia. —Son las cenizas de mis padres. ¿Qué tienen de funesto? Ellos habían muerto como mártires de la patria. ¡Merecían respeto! —¡No importa de quién sean, las cenizas siempre traen mala suerte! —dijo Cecilia, furiosa—. ¡Sal de aquí ahora mismo y no permitas que esa urna entre a esta casa! Julia sostuvo la urna con firmeza. —No voy a salir. Esta es mi casa, la compramos Diego y yo después de casarnos. —¿Qué compramos? ¡Fue con el dinero de Diego! —replicó Nora, y enseguida gritó hacia su hermano—. ¡Diego, mamá acaba de salir de una operación en los ojos, y el médico dijo que no puede alterarse! ¡Haz que Julia se vaya! En los ojos de Diego brilló la vacilación, pero al final dijo: —Será mejor que salgas un momento y dejes las cenizas en otro lugar. Julia sintió una punzada aún más honda en el corazón. ¿Cómo podía pronunciar esas palabras? —¿Tú también crees que las cenizas de mis padres traen mala suerte? ¿Ni siquiera puedes permitir que se queden en casa unos días? —preguntó Julia, mirándolo fijamente, exigiendo una respuesta. Diego guardó silencio, pero ese silencio ya lo decía todo. —¿Y si yo no acepto? —dijo Julia—. Diego, en estos tres años de matrimonio jamás te he fallado ni a ti ni a tu familia. —Cuando emprendiste, yo trabajé contigo día y noche; cuando tu madre tenía cataratas y muchos médicos aseguraban que iba a perder la vista, fui yo quien la acompañó, recorrí contigo todos los hospitales de Ríoalegre y usé todos mis contactos para conseguirle al mejor oftalmólogo de la ciudad. Gracias a eso le salvaron el ojo. —Yo siempre los traté como a mi familia. ¿Pero ustedes alguna vez respetaron a la mía? Las palabras de Julia oscurecieron las caras de la familia Guzmán. Nora, enfurecida, replicó: —¡Ayudaste a mi mamá porque Diego tiene dinero! ¡Por eso el mejor oftalmólogo de Ríoalegre aceptó atenderla! Y eso de que trabajaste en la empresa... ¡Por favor! Lo único que hiciste fue vivir mantenida. Si la compañía salió a la bolsa, fue por mérito de Diego, no por ti. Julia se limitó a mirarlo. —Llevamos tres años casados. Lo único que pido es poder tener las cenizas de mis padres en casa por unos días. ¿Eso tampoco se puede? Diego arrugó la frente. —Julia, no hagas un drama. —¿Y si insisto? —Ella dio un paso al frente. Cecilia, fuera de sí, perdió la calma. Se lanzó contra Julia, levantó la mano y le cruzó la cara con una bofetada. —¡Mientras yo esté aquí, esas cenizas no entran! Julia tambaleó y recibió la bofetada en plena cara. Y antes de que pudiera estabilizarse, Cecilia aprovechó para empujar con fuerza la urna que Julia tenía en las manos. Estuvo a punto de caer...

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