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Capítulo 7

En realidad, Ángela sabía perfectamente lo que Rubén había estado haciendo. Él no había ido a la empresa en absoluto; había acompañado a Susana de compras a Francia. Por supuesto, Ángela se enteró de todo gracias al Instagram de Susana. Pero lejos de enojarse o entristecerse, se sentía tranquila. De hecho, hasta debía agradecerle a Susana por haberle proporcionado una nueva prueba de la infidelidad de Rubén. Al ver que Ángela no aceptaba las flores, Rubén sacó de su bolsillo una pulsera de zafiros finamente elaborada. —La compré especialmente para ti. ¿Quieres que te la ponga? —Déjala ahí —respondió Ángela con calma—. Me la pondré mañana. La cara de Rubén se ensombreció. —Ya pasaron tres días. Por más enojada que estuvieras, ¿no crees que ya fue suficiente? Curiosamente, en otros tres días Ángela obtendría el certificado oficial de divorcio. En un momento tan crucial, no quería provocar ninguna situación inesperada. Así que fingió una sonrisa. —No estoy enojada, solo estoy un poco cansada. Rubén contuvo la respiración y enseguida adoptó un tono de disculpa. —Perdóname, Angi. Llegué demasiado tarde y te desperté. Ángela ya había agotado su paciencia; no tenía deseos de seguirle el juego. Respondió con un simple "hmm" y cerró los ojos, fingiendo dormir. —Duerme un poco —dijo Rubén en voz baja, con aparente ternura—. Me bañaré en la habitación de al lado y luego vendré a acompañarte. —¿Por qué en la habitación de al lado? —preguntó Ángela sin pensarlo. Rubén sonrió, usando su tono más afectuoso. —Porque no quiero molestarte, claro. Apenas terminó la frase, sintió una punzada de inquietud. Ni siquiera él mismo sabía si esa excusa era una mentira o una verdad. Ángela, por dentro, rio. Rubén era un excelente actor, mucho mejor que Susana. Si no supiera la verdad, seguramente se habría conmovido hasta las lágrimas. Rubén se fue suavemente. Después de bañarse, volvió y se acostó junto a ella, abrazándola por detrás con naturalidad. El aroma familiar de su cuerpo la envolvió por completo. Ángela comprendió enseguida lo que él pretendía y lo empujó. —El médico dijo que los primeros tres meses son delicados. No puedo tener relaciones. Rubén se detuvo un instante. —De acuerdo, le haré caso al médico... Puedo esperar. ¿Esperar? Qué ironía. Apenas había bajado del cuerpo de Susana, y aun así tenía la desfachatez de usar la palabra "esperar". A Ángela le revolvía el estómago el solo pensarlo. Se dio la vuelta para apartarse de él, poniendo distancia entre sus cuerpos. Rubén no notó nada extraño y, al poco rato, cayó profundamente dormido. Ángela permaneció despierta toda la noche, y solo al amanecer logró quedarse dormida por puro agotamiento. Cuando se levantó, ya era mediodía. Después de ducharse, bajó a comer algo, pero Rubén regresó de pronto, con la cara descompuesta por la rabia. —Te llamé tantas veces. ¿Por qué no contestabas? Ángela se quedó un segundo en silencio. —Tenía el celular en silencio... Ni siquiera terminó de hablar cuando Rubén la sujetó por la muñeca y tiró de ella hacia la puerta. Su fuerza era brutal; parecía querer romperle los huesos. Ángela soltó un gemido de dolor. —¡Suéltame! ¡Me estás lastimando! Rubén no la escuchó. La llevó hasta el auto, la empujó al asiento trasero y ordenó al chofer que condujera. —¿A dónde me llevas? —preguntó Ángela, alarmada. —Al hospital —respondió Rubén con la voz temblorosa—. Susana se cortó la mano y ha perdido mucha sangre. No hay reservas en el banco de sangre, pero tú y ella tienen el mismo tipo... —¡No! —Ángela lo interrumpió con firmeza—. No voy a donar sangre. Desde niña sufría de anemia severa, y los médicos siempre le habían prohibido donar sangre. Además, su relación con Susana era pésima; incluso si estuviera completamente sana, jamás lo haría. Pero Rubén no le dejó opción. La arrastró hasta el quirófano. Ángela, agotada tras varios días sin dormir bien y casi sin comer, no tenía fuerzas para resistirse. Rubén la empujó sobre una silla y ordenó a las enfermeras que le sacaran sangre de inmediato.

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