Capítulo 2
Pedro llevó a Clara de regreso a su residencia privada.
—Hoy se difundió la noticia de la boda de Esther y Emilio. Papá y mamá están muy disgustados. —Pedro le cortaba fruta a Clara—. Quédate a vivir conmigo un tiempo.
Clara miró la bandeja de frutas ya cortadas, con palillos insertados, y soltó una risa helada.
—¿Todavía se arrepienten de no haber elegido a Esther cuando fueron al orfanato? ¿Acaso no fueron ellos mismos quienes, hace años, se ofrecieron a ser padrinos de Esther? ¡Mejor que dejen de apellidarse Aguilar y se cambien el apellido a Campos!
Pedro, al verla a punto de perder el control otra vez, no dijo nada y se fue a su despacho.
Conocía bien a Clara; en ese estado, prestarle atención era convertirse en blanco para su ira.
Ella miró la hora: ya era la una de la madrugada.
Llamó a Emilio.
Tuvo que marcar tres veces antes de que alguien contestara.
La voz de Emilio sonaba fría, completamente distinta a la ternura de unas horas antes en el hotel. —¿No te dije que no me llamaras cuando estoy en casa? Aquí... No quieren verme en contacto con una mujer como tú.
—¿Una mujer como yo? —La voz de Clara se elevó bruscamente—. ¡Llevo siete años teniendo una relación secreta contigo, Emilio! ¿Tú también crees en esos periódicos de chismes? ¿Crees que soy una mujer indecente?
Emilio respondió con frialdad: —Las cosas no ocurren sin razón.
Quizá, al darse cuenta de lo duro que había sonado, añadió enseguida: —No hagas un escándalo, Clari. Estos siete años siempre has sido muy comprensiva.
Clara observó su dedo anular vacío, y en su mente apareció la imagen del anillo de bodas de Esther.
Ella preguntó en voz baja: —Emilio, eso que dijiste, que dentro de un mes te casarías conmigo, ¿es verdad?
Del otro lado, el tono de Emilio se suavizó un poco. —¿Alguna de las promesas que te he hecho no la he cumplido?
—Ya entendí.
Clara dejó el celular a un lado y su mirada se posó en el calendario.
Solo debía esperar treinta días.
Treinta días después, o Emilio cumplía su palabra, o ella desaparecería para siempre de su mundo.
Un instante después, se escucharon ruidos leves en el auricular.
Clara se dio cuenta entonces de que no había colgado.
Tampoco Emilio.
La voz de él, conversando con un amigo, llegó con claridad.
—Emilio, perseguiste a Esther durante siete años y por fin lo lograste. Don Felipe, al ver el certificado de matrimonio, debe de estar felicísimo, ¿no?
La voz de Emilio sonaba contenida, pero con un dejo de orgullo. —El abuelo ya me transfirió las acciones a mi nombre. Estoy con los trámites. Por cierto, Esther está embarazada. ¿Qué regalo crees que le vendría bien? ¿Crees que le guste la finca del oeste de la ciudad?
El amigo de Emilio bajó la voz. —¿Y esa Clara, con la que siempre has estado? ¿Cuándo piensas resolver eso de una vez?
Hubo un segundo de silencio en el lado de Emilio.
Entre los latidos violentos, ella escuchó su respuesta indiferente. —Clara... El próximo mes será.
El amigo insistió: —¿De verdad jugaste con ella siete años enteros? Emilio, ¿no te duele dejarla?
La voz de Emilio reveló fastidio. —La hija adoptiva no querida de la familia Aguilar... Claro que no me duele. Si al final ella y Esther salieron del mismo orfanato y ambas fueron adoptadas, ¿cómo es que Esther resultó tan capaz, tan destacada en todo?
El amigo de Emilio volvió a hablar en voz baja.
—Emilio, durante los últimos siete años todos en el círculo sabían de tu relación con Clara, y además hiciste que su reputación se arruinara para que hasta ahora no tuviera a ningún otro hombre a su lado. Ahora que ya te cansaste de Clara, ¿qué tal si... nos dejas probar a nosotros? A ver qué tan suelta es la hija adoptiva de la familia Aguilar. Al fin y al cabo, tú has sido su único hombre, está muy limpia.
La risa insultante de Emilio se escuchó. —Está bien, después de seguirme tantos años, no voy a dejarlos perder. Buscaré una oportunidad para que ustedes también prueben qué se siente estar con ella...
Las voces se fueron alejando.
Fue entonces cuando Clara se dio cuenta de que no sabía en qué momento había comenzado a llorar.
Sin expresión, se limpió las lágrimas y luego la sangre que le había quedado en la comisura de los labios tras morderse.
Al mirarse en el espejo y ver su propia cara pálida, Clara se insultó a sí misma por ser tan débil.
Su corazón se había llenado por completo de desesperanza.
El problema que la había atormentado durante siete años encontró respuesta ese día.
Siempre había sido una mujer intachable. ¿Cómo era posible que, de la noche a la mañana, hace siete años, surgieran tantas noticias falsas y tan bien fabricadas que la convirtieron en la vergüenza de Ríoalegre?
Eso hizo que, estando ya en una posición difícil dentro de la familia Aguilar, fuera aún menos querida por ellos.
Resultaba que todo había sido manipulado por Emilio.
En ese momento, al celular de Clara le llegó otra notificación: una invitación.
Era para la recepción de la tarde.
La anfitriona era Esther.
La fecha: la tarde del día siguiente.