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Amor que QuiebraAmor que Quiebra
autor: Webfic

Capítulo 3

Ese tipo de reuniones vespertinas de damas y esposas de la alta sociedad nunca incluían a Clara en la lista de invitadas. Su reputación era mala; en su familia no la querían y, en el círculo social, se daba por hecho que carecía de todo valor. Al día siguiente, Clara asistió a la recepción organizada por Esther. Cuando llegó, ya había bastante gente; Esther era claramente el centro de atención, sentada en el lugar principal, rodeada de adulaciones. Clara buscó un rincón y, sola, se dedicó a comer y beber. Cuando escuchó la voz de Emilio, Clara apretó con tanta fuerza el pequeño pastel que lo deshizo en su mano. A su alrededor se oían exclamaciones llenas de envidia. —Esther, Emilio era un hombre tan ocupado que ni siquiera solía tener tiempo para asistir a las reuniones del consejo, ¿y realmente vino a pasar la tarde contigo, tomando café con nosotras? —Cuando dijiste que invitarías a Emilio pensamos que era una broma. —Ya registraste tu matrimonio con Emilio, ¿cuándo será la boda? —Señor Emilio, escuché que recientemente estuvo viendo opciones de lugares para la boda, ¿habría oportunidad de colaborar? Clara permanecía apartada de la multitud, pero sus ojos se encontraron con los de Emilio a lo lejos. Los labios de él aún rozaban el oído de Esther, diciéndole, evidentemente, confidencias de esposos. Siguiendo la mirada de Emilio, ella también notó a Clara. En sus ojos se asomó fugazmente una sonrisa envenenada. Esther caminó hacia donde estaba Clara y la tomó del brazo con fingida familiaridad. Clara apretó con fuerza la palma de su mano, repitiéndose una y otra vez una sola frase: Esperar un mes más. El mes que Emilio le había prometido. Quizás... Ese hombre que nunca le había fallado, su amante durante siete años, realmente cumpliría. Quizás Emilio llegaría a casarse con ella. Cuando Clara ya estaba al límite de su paciencia, Esther se inclinó y le susurró al oído. —Clara, ¿sabes cómo me decía Emilio que te describía? —Decía que eras tan vulgar que ni siquiera valía la pena gastar dinero, que con un par de palabras bonitas bastaba para acostarse contigo. —¿Verdad que te prometió casarse contigo en un mes? —Ese mes se cumplirá el día de nuestra boda. Emilio dijo que ese día te haría quedar en ridículo, que todo Ríoalegre viera cómo la hija adoptiva de los Aguilar era capaz de acostarse con cualquiera. —Anoche fui yo quien te envió el certificado de matrimonio, por orden de Emilio. —Me dijo que en ese momento estaba contigo y que solo quería comprobar si, después de ver que se casaba conmigo, tú todavía aceptarías seguir con él... Esa palabra, "acostándose", Esther no la pronunció. Con el sonido seco de una cachetada, la sala entera quedó en silencio. Clara, delante de todos, derribó a Esther con una fuerte cachetada. Por primera vez Emilio perdió la compostura en público; avanzó rápido para levantar a Esther y, al girarse, levantó la mano contra Clara. Ella lo miró fijamente, ofreciendo media cara a la palma levantada de Emilio. Él apretó el puño en el aire, pero al final lo bajó. —¡¿Qué clase de locura es esta?! —La sujetó del cuello de la blusa y, en voz baja, le ordenó—: ¡Este no es un lugar para ti! Ahora mismo, pídele disculpas a Esther, di que estabas celosa y que por eso perdiste el control. ¡Y luego vete a casa! Clara soltó una carcajada. Reía con un encanto desbordante. —¿Celosa de qué? —Su voz fue tan rápida que solo ellos dos podían escucharla—. ¿Celosa de que mientras tenías una relación conmigo, al mismo tiempo la cortejabas a ella durante siete años? ¿Celosa de que, siendo ambas huérfanas adoptadas, arruinaste mi reputación hasta hacerme despreciable, mientras la encumbrabas a ella como una mujer orgullosa? ¿Celosa de que me prometiste casarte conmigo en un mes, pero ese mismo día tramitaste el certificado de matrimonio con ella? La última frase Clara no pudo evitar decirla en voz alta. La cachetada que Emilio no había dado antes, la soltó entonces con toda su fuerza delante de todos. Y con ella acalló por completo las palabras de Clara. Apenas su mano golpeó, Emilio se arrepintió. Solo quería que ella guardara silencio. Pero esa cachetada le dejó la palma entumecida. Vio a Clara erguida, con sangre escurriéndole por la comisura de los labios. El tono de Emilio adquirió un matiz casi suplicante. —Clari, te lo ruego, no armes un escándalo aquí. Te prometí que en un mes me casaría contigo, y lo haré. Créeme, ¿sí? Clara cerró los ojos. Solo quedaban veintinueve días. Creer o no creer, el daño que Emilio pudiera causarle ya tenía un límite de veintinueve días. —Te creo. Dentro de veintinueve días te esperaré en la casa de los Aguilar para que vengas a pedirme la mano. Con todo el esfuerzo de su cuerpo, pronunció esas palabras y se dio la vuelta para marcharse. Pero Emilio la sujetó con fuerza. —Clari, aún no te disculpaste con Esther. No puedes irte... Hoy es su día, tienes que darle ese respeto. La actitud de Clara fue fría. —¿Disculparme con Esther? Jamás. Emilio, al ver su terquedad, levantó de golpe la voz. —¡Guardias!

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