Capítulo 6
Al escuchar la palabra "desconocidos", ¡el corazón de Emilio se estremeció de golpe!
En siete años completos, nunca había pensado que Clara le diría que se marchaba.
Escuchaba los sollozos de Clara en la oscuridad y en su mente pasaban, como una película, todos los momentos vividos con ella, hasta que la imagen se detuvo en el vestido de novia que él mismo había diseñado para Clara y que estaría terminado el mes siguiente.
Emilio apretó los puños con fuerza y, con el dolor de sus palmas, habló:
—Clara, me casaré contigo. Pero antes debo saber dónde está Esther. ¡Ella lleva en su vientre al hijo de la familia Valdez!
Clara no escuchaba nada de lo que Emilio decía.
Gritaba, retorciéndose en el suelo, intentando encogerse en una bola diminuta, la cara cubierta de lágrimas.
Una y otra vez, entre palabras incoherentes, solo repetía una frase.
—Por favor, Emilio, déjame ir.
—Ya no me casaré contigo.
Emilio, al límite de su paciencia, gritó: —¡Clara, solo necesito saber dónde está Esther! Te prometí que me casaría contigo y lo haré. Sé que ahora hay malentendidos entre nosotros, pero el día de la boda te explicaré todo, paso a paso.
El final de su voz se tiñó de un llanto contenido y de súplica. —Clari, en esta vida nunca le he pedido nada a nadie... Esta vez es como si te lo rogara. ¡Solo quiero la dirección de Esther!
Clara golpeó su frente contra el suelo y rompió a llorar. —No sé dónde está Esther... Yo no la tengo... Emilio, enciende la luz, te lo ruego...
Emilio estaba junto a la puerta.
Su mano descansaba sobre el interruptor.
Bastaba con presionar levemente para acabar con el tormento de Clara.
Emilio sintió que su palma ya se había desgarrado; la sangre caliente y pegajosa se esparcía entre sus dedos.
Sabía por qué le temía a la oscuridad.
Cuando eran niñas en el orfanato, para arrebatarle el puesto de adopción, Esther había encerrado a Clara en la sala de materiales durante tres días enteros.
En aquel entonces ella tenía apenas cuatro años.
El tercer día, Clara había prendido fuego en la sala para atraer a los adultos y evitar morir de hambre o sed.
—Las cámaras lo muestran claramente: Esther subió al auto de la familia Aguilar y luego desapareció —dijo Emilio—. Que yo te haya ocultado lo de Esther fue mi error, pero tengo mis motivos. Clari, estos siete años siempre fuiste comprensiva, aguanta un mes más, te lo ruego.
Entre los sollozos quebrados de Clara, Emilio se obligó a endurecerse. —Sé que Esther te hizo muchas cosas imperdonables y que encontraste la oportunidad de vengarte, eso es comprensible. Pero ella lleva en su vientre al hijo de la familia Valdez. Si me dices dónde está, aún hay margen para cambiar las cosas.
—Clara, si esto llega a oídos de don Felipe, toda la familia Aguilar se verá implicada.
—Que no te importen tus padres, lo entiendo. Pero, ¿y Pedro? ¿Quieres que tu hermano pierda su futuro por un acto de celos y locura tuyo?
El llanto de Clara se detuvo por un instante.
—Pedro.
Ese amor absurdo de siete años no solo la había destruido a ella, sino que ahora amenazaba con arrastrar al único hermano que la había querido en el mundo.
—¡De verdad no sé dónde está Esther! —Clara de repente se llenó de rabia y golpeó su cabeza contra el suelo—. ¿No me ha difamado ella suficientes veces desde que éramos niñas? ¿Por qué ustedes no pueden creerme ni una sola vez?
—Emilio, que tú no me creas, está bien. Haberme enredado con usted, señor Emilio de la familia Valdez, fue mi error. ¡Te pago con mi vida, ¿está bien?!
Ese golpe contra el suelo lo dio con toda su fuerza.
El sonido sordo fue como un disparo directo al corazón de Emilio.
Él encendió la luz de un golpe.
Ya era tarde.
Clara cayó al suelo sin un sonido.
La sangre se extendía poco a poco desde su frente.