Capítulo 1
En el quinto aniversario de bodas, el regalo que recibió Bianca Jiménez fue una llamada de un bufete de abogados.
—¿Hola, es usted la señora Navarro? Le habla el bufete de Abogados Rivera del Sol. Alguien desea presentar una demanda, en la que afirma que su esposo, Félix Navarro, es sospechoso de haber privado ilegalmente de la libertad a una joven. Le pedimos que se acerque para colaborar y ayudarnos a esclarecer la situación.
El corazón de Bianca se hundió y sus dedos empezaron a templar al instante.
Ella más o menos intuyó de qué se trataba, pero aun así se puso una bufanda y salió de casa.
El despacho estaba bañado por una luz intensísima, y Bianca vio de inmediato a la joven que estaba rodeada en el centro.
La muchacha fruncía los labios, muy molesta. —¿Qué les pasa? ¿Por qué no lo denuncian ni lo arrestan? ¡Él me encerró en la suite más lujosa del hotel durante siete días y siete noches! ¡Me dejó sin poder bajar de la cama! Si eso no se llama secuestro, entonces ¿cómo se llama?
La voz de la chica sonaba melosa, con un tono evidente de queja y... de alarde.
Varios abogados veteranos se miraron entre sí con una expresión de "otra vez lo mismo".
Un abogado pasante, recién llegado, le creyó al pie de la letra y exclamó indignado: —¡E-esto es demasiado! Jefe de equipo, ¿no deberíamos presentar de inmediato una demanda?
Un abogado mayor lo detuvo enseguida y bajó la voz. —¿Qué estás diciendo? ¡Se trata de Félix! ¡El hombre más rico de Venturis!
—¿Y qué si es el más rico? ¿Eso le da derecho a hacer lo que quiera? —replicó el pasante con el cuello erguido.
—¡Nada de hacer lo que quiera! —El abogado experimentado casi le tapó la boca—. ¡Esto es cosa entre el señor Félix y la señorita Viviana, son sus juegos íntimos! ¿No entiendes lo que significa "juegos"? Esta señorita viene muy seguido. La última vez dijo que el señor Félix le había comprado joyas por miles de millones de dólares que ya no podía ni usar, y que eso la angustiaba hasta no poder dormir; la vez anterior dijo que él le había regalado un rosedal entero y que por eso sufrió alergia por el polen... ¿Tú crees que eso es una denuncia? ¡Son maneras distintas de mostrar su intimidad!
El pasante quedó boquiabierto y, tras un rato, murmuró: —P-pero, ¿el señor Félix no tiene esposa? Yo... Yo mismo acabo de avisarle a su esposa para que viniera...
Al oírlo, los abogados intercambiaron miradas, y en sus caras se reflejó una expresión compleja.
El abogado experimentado estaba por hablar cuando, de pronto, un murmullo tenso recorrió la entrada.
Todos miraron hacia allá...
Había llegado Félix.
Con unos guardaespaldas abriendo paso, él avanzaba en medio, con un traje de alta costura que resaltaba su porte erguido y sus facciones frías y severas, emanando un aura tan poderosa que alejaba a cualquiera.
Pero apenas vio a la denunciante, su mirada se suavizó al instante.
Dio unos pasos hasta ella y, de pronto, se agachó frente a la joven, mirándola, con la voz baja y llena de ternura, dijo:
—Cariño, ¿ahora qué pasa?
Al verlo, los ojos de la chica se enrojecieron; con su puño golpeó su hombro y sollozó entre quejas. —¡Tú sabes bien qué pasa! Tú... Tú tuviste sexo conmigo durante siete días enteros, yo te decía que no más, que no más, ¡y tú no me dejabas...!
Los abogados alrededor apartaron la mirada, incómodos.
Félix suspiró con resignación y, con la yema de los dedos, le limpió suavemente las lágrimas. —Fue mi culpa. Te quiero demasiado, no me pude controlar. Pero, Vivi, ¿acaso no lo disfrutaste también?
La cara de Viviana Sánchez se encendió en un rojo intenso, entre avergonzada y molesta. —¡Tú... tú todavía lo dices!
—Está bien, no digo más. —Félix sonrió para tranquilizarla y, como si hiciera un truco de magia, sacó de detrás de sí una caja de terciopelo—. Mira, ¿te gusta?
Viviana abrió la caja y sus ojos brillaron de inmediato: era el collar de diamantes azules "Corazón de Cristal", aquel del que había hablado tanto, y que era extremadamente costoso.
Ella se tapó la boca, sorprendida. —¡Ah! ¿Cómo supiste que quería esto?
—¿Acaso hay algo tuyo que yo no sepa? —respondió Félix con naturalidad, como si recordar cada uno de sus gustos hubiera sido lo más normal.
En la mirada de Viviana centelleó un destello de satisfacción, pero enseguida recordó que estaba "enojada"; resopló y giró la cabeza. —¡No creas que con esto ya estás perdonado!
Félix, con paciencia, preguntó: —Entonces, ¿qué necesita mi cariño para calmarse? ¿Quieres que... me meta unos días a la cárcel de verdad?
Diciendo eso, se puso de pie y amagó con dirigirse hacia los abogados.
Viviana se alarmó enseguida y lo abrazó por la cintura. —¡No, no vas a ir!
Escondió la cara en el pecho de Félix y, con voz apagada y entre sollozos, dijo: —¿Cómo puedes ser tan bueno conmigo? Hasta vine a denunciarte, ¡y tú todavía me consientes así...!
Félix le acarició suavemente el cabello y, con voz muy tierna, le dijo: —Porque te quiero, cariño.
Viviana, entre lágrimas, sonrió y le dio un beso en la barbilla. —Ya no voy a hacer más berrinches. Vámonos a casa.
—De acuerdo, vamos a casa. —Félix le tomó la mano y se dio la vuelta.
En ese mismo instante, su mirada recorrió un rincón y se detuvo de golpe.
Allí estaba Bianca, pálida como la muerte.
Los ojos de Félix se oscurecieron apenas un instante, mostrando una emoción difícil de descifrar, pero enseguida recuperó la calma.
—¿Qué haces aquí?
Viviana se apresuró a responder: —Yo le pedí al abogado que la llamara, no te molesta, ¿verdad?
Félix miró a Bianca de reojo y dijo con frialdad: —No.
El abogado experimentado dio unas palmadas en el hombro del pasante y murmuró con un tono justo para que todos oyeran: —¿Ves? ¿Qué importa la esposa? Todo el mundo sabe que la esposa del señor Félix no es más que un adorno.
La palabra "adorno" fue como una daga que se hundió en el corazón de Bianca y girando cruelmente en su interior.
Sí, después de cinco años, Bianca no había sido más que un adorno, una testigo miserable del amor apasionado de Félix por otra mujer.
Pero ¿quién recordaba que, hace cinco años, Félix también la había amado profundamente a ella?
En ese entonces, Bianca era la mejor amiga de Nuria Navarro, la hermana de Félix, y siempre estaba en la casa de los Navarro.
Félix era el hombre más destacado del círculo de la élite, con un talento excepcional, frío y orgulloso, siempre distante con todos. Al principio, Bianca le temía mucho; cada vez que lo veía, se sentía intimidada.
Pero luego descubrió que aquel hombre tan frío parecía ser diferente con ella.
Félix recordaba los postres que le gustaban y pedía a los sirvientes que se los prepararan con antelación. Cuando ella rompió accidentalmente un jarrón antiguo de su colección, lo primero que hizo Félix fue revisar si su mano no estaba herida. Cuando Bianca tuvo fiebre, Félix canceló una reunión importante y la cuidó toda la noche.
Ella, ingenua, le dijo a Nuria: —Parece que Félix no es tan aterrador.
Nuria se rio de ella. —Tonta, ¡eso es porque Félix te quiere! A los demás ni siquiera los mira.
Bianca quedó atónita y sin saber qué hacer. Poco después, en efecto, Félix inició con ella una conquista fuerte, pero a la vez tierna.
Un hombre como Félix, cuando ponía el corazón, era casi irresistible; y Bianca, sin darse cuenta, ya estaba enamorada.
Tras tres años de noviazgo, Félix la colmó de atenciones y todo el mundo supo que el heredero de la familia Navarro tenía a alguien en su corazón: Bianca.
Los dos se terminaron casando de manera natural.
En la boda, Félix tomó la mano de Bianca y juró ante el sacerdote: —Amaré a Bianca por el resto de mi vida.
Así que ella creyó que serían felices para siempre.
Hasta que, poco después de la boda, ella y Nuria salieron a pasear y se encontraron con unos hombres ebrios.
Nuria la empujó detrás de sí y gritó: —¡Bia, corre! ¡Busca ayuda! ¡Yo los detendré!
Bianca no quiso irse, pero Nuria la empujó con fuerza. Ella corrió desesperada, pensando en regresar con ayuda.
Pero mientras corría, su pecho se oprimió y, de repente, un sabor metálico subió a su garganta; escupió sangre y perdió el conocimiento.
Despertó en el hospital, y recibió dos terribles noticias al mismo tiempo:
La primera, el médico le dijo que tenía cáncer.
La segunda, la policía le informó que Nuria había sido brutalmente ultrajada y asesinada por aquellos hombres, y su cadáver fue hallado a la mañana siguiente, en condiciones atroces.
El mundo de Bianca se derrumbó de golpe.
Y el de Félix también.
Él perdió a la hermana que más adoraba; tras el dolor inmenso vino una ira y un rencor sin fin.
Con los ojos enrojecidos, Félix interrogó a Bianca, su voz temblorosa y desesperada: —¿Por qué? ¿Por qué la dejaste y huiste? ¿Por qué después no buscaste ayuda? ¿Sabes lo horrible que fue la muerte de Nuria? ¡Bianca, dime por qué!
Bianca, al ver el dolor en la cara de Félix, sintió que su corazón dolía también.
Quiso explicar, decir que había escupido sangre y se había desmayado, que no fue a propósito.
Pero, ¿de qué servía explicarlo? Nuria no volvería.
Y si Félix supiera que su esposa también estaba al borde de la muerte, que en una sola noche perdería a las dos personas que más amaba, ¿no se derrumbaría por completo?
Así que Bianca eligió callar, tragándose todas sus explicaciones y su dolor.
Pero su silencio, a los ojos de Félix, se convirtió en aceptación; por consiguiente, en la prueba de su culpa.
Él pasó del cielo al infierno en un instante; todo su amor se transformó en un odio profundo.
Para vengarse de Bianca, Félix dejó de volver a casa, y la trató con frialdad y, al final, incluso buscó a otra joven universitaria, Viviana, que se le parecía un poco.
A Viviana le dio, con creces, toda la ternura, el cariño y la indulgencia que antes había entregado a Bianca.
Bianca lo sabía: Félix lo hacía a propósito.
Él quería que ella lo viera con sus propios ojos, cómo el amor que alguna vez le dio lo entregaba sin reservas a otra mujer que se le parecía. Él quería que viviera día y noche en ese dolor.
Y ella, en efecto, ya no tenía ganas de vivir.
Pero Félix no sabía que esos días estaban por terminar.
No hacía mucho, Bianca había ido sola a un chequeo, y el médico, mirando el informe, le dijo con gravedad: —El tumor ya se ha propagado por completo... Señorita Bianca, le quedan como máximo dos semanas de vida.
Pronto, ella se iría para siempre, y bajaría a reunirse con Nuria.