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Capítulo 3

Al ver a Bianca, la suavidad en la cara de Félix fue reemplazada de inmediato por una furia desbordante; sus ojos se tornaron oscuros y aterradores. —¡Bianca! ¿Quién te permitió venir aquí? —Félix avanzó unos pasos, con la voz helada y cargada de un desprecio sin disimulo—. ¡Lárgate! ¡No tienes derecho a verla! Bianca se sostuvo en la lápida y se incorporó lentamente; sus ojos estaban enrojecidos y su voz sonó áspera. —Yo solo... Extrañaba a Nuria, por eso vine a visitarla... —¿Extrañarla? —Félix rio como si hubiera escuchado la mayor de las ironías, y de pronto extendió la mano, sujetando su frágil cuello con una fuerza que parecía capaz de quebrarle los huesos—. ¿Todavía tienes la desfachatez de decir que la extrañas? ¡Nuria confiaba en ti! Ella te entregó la oportunidad de escapar, ¿y qué hiciste? ¡Corriste! ¡La dejaste sola con esos desgraciados! ¿Sabes lo atroz que fue su muerte? ¡¿Lo sabes?! La sensación de asfixia la envolvió; el aire desapareció de sus pulmones y su vista se nubló. Bianca no se defendió, ni siquiera abrió los ojos. Tal vez morir así no estaría mal... Morir a manos de Félix, frente a la tumba de Nuria, también sería una forma de redención y liberación. Pero justo cuando su conciencia estaba a punto de desvanecerse, Félix la soltó de golpe. Ella cayó al suelo, débil, tosiendo con violencia mientras se sujetaba el cuello y aspiraba grandes bocanadas de aire. Al alzar la mirada, alcanzó a captar fugazmente en los ojos de Félix un destello de dolor y lucha interna, profundo y contradictorio. Su corazón se estremeció con fuerza. ¿Félix... Aún conservaba un resquicio de compasión? —Félix —Viviana se acercó en ese momento, aferrándose a su brazo mientras se quejaba con dulzura—. El sol está fuertísimo, vamos a visitar a Nuria, no pierdas tiempo en alguien que no lo merece. Félix cerró los ojos un instante y, al abrirlos, sus pupilas habían recuperado el gélido desdén de siempre. Tomó las flores de manos de Viviana y las colocó con cuidado ante la tumba de Nuria, sin dirigir ni una sola mirada a Bianca, que seguía en el suelo. —Vámonos —dijo en voz baja a Viviana. Apenas caminaron unos pasos, Viviana frunció los labios y se quejó de que le dolían los pies. Félix se agachó de inmediato y, con movimientos suaves, la cargó sobre su espalda, descendiendo con firmeza los escalones de piedra del cementerio. Bianca contempló aquella escena, viendo cómo sus cuerpos se fundían el uno contra el otro; sintió que su corazón se desgarraba como si la estuvieran apuñalando. En el pasado, Félix también la había cargado así. Aquel día en la montaña, Bianca se negó a seguir caminando. Félix la llamó "tramposa" entre risas, pero terminó agachándose con ternura y ofreciéndole la espalda. —Sube. La espalda de Félix era amplia, impregnada con un tenue aroma a pino. Ella se aferró a él con fascinación, negándose a bajar, y bromeó diciendo que quería que él la llevara así toda la vida. Félix se rio en voz baja, con un matiz de cariño absoluto. —De acuerdo, te cargaré toda la vida. En ese entonces, Nuria saltaba junto a ellos, protestando: —¡Félix, Bianca, dejen de presumir su amor delante de mí! El sol era cálido, y el viento, suave. Pero ahora... Todo había quedado atrás. Conteniendo el nudo en la garganta, Bianca siguió en silencio los pasos de Félix y Viviana. Al llegar al auto, Félix le lanzó a Bianca una mirada fría. —Sube. Ella titubeó un instante. —Cada segundo que sigas aquí, siento que perturbas el descanso de Nuria. —Sus palabras fueron tan punzantes como cuchillas. Bianca abrió la puerta en silencio y se sentó dentro. Sabía que esa sería la última vez que podría volver allí. El auto avanzaba por la carretera de la montaña. Viviana, adrede, se recostó por en Félix, sus dedos trazando círculos inquietos sobre su muslo, mientras sus labios rojos se acercaban a su oído y exhalaban aire tibio. La nuez de Félix se movió y su voz sonó ronca. —Vivi, no juegues, estoy conduciendo. —No quiero dejar de hacerlo... —respondió ella entre mimos, y con audacia besó su lóbulo—. Tengo ganas... Nunca lo hemos hecho en el auto. Los ojos de Félix se oscurecieron de golpe. Giró bruscamente el volante y estacionó en una zona de emergencia. Se volvió entonces, lanzando a Bianca en el asiento trasero una mirada helada. —Bájate. Bianca palideció; apretó con fuerza el borde de su ropa. —¿No entiendes? ¡Te dije que bajes! —repitió él con impaciencia, sin rastro alguno de calor en su mirada. Bianca tembló mientras abría la puerta; apenas salió, esta se cerró de golpe con un "¡bang!". Al instante, el auto comenzó a sacudirse con violencia, de manera rítmica, acompañado por los gemidos melosos de una mujer y la respiración contenida de un hombre.

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