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Capítulo 6

Un par de amigas, aterradas, alzaron las manos con desesperación. —¡Señor Félix, no tiene nada que ver con nosotras! ¡Solo intercambiamos unas palabras y, de pronto, empezó a escupir sangre! ¡Es cierto, lo juramos! Félix fijó la mirada en la mancha roja del suelo y en la cara de Bianca, tan pálida como el papel. Su frente se arrugó y, casi sin pensarlo, dio un paso hacia adelante. Pero Viviana lo sujetó enseguida del brazo y exclamó con premura: —¡Félix, no le creas! Seguro está fingiendo. ¡Quién sabe de dónde sacó esa bolsa de sangre! Solo quiere dar lástima para conmoverte, recuperar el collar y, de paso, arruinar mi fiesta de cumpleaños. Félix se detuvo en seco. Sus ojos se posaron en Bianca, oscuros y fluctuantes, hasta que se tiñeron de repulsión y sospecha. Tras unos segundos de silencio, habló con frialdad: —Si tanto le gusta actuar y llamar la atención, cuélguenla de cabeza en ese cerezo. Quiero que pase allí un día y una noche. Ese cerezo lo había plantado él mismo, porque Bianca solía decir a gritos que adoraba las cerezas. Félix le había prometido que cada año recogería sus frutos para ella. El guardaespaldas vaciló. —Jefe, colgar a alguien más de dos horas provoca congestión cerebral, es muy riesgoso... Un día completo podría... Félix permaneció imperturbable. —Si muere, ni modo. Bianca fue arrastrada sin piedad hasta el árbol. Le ataron firmemente los tobillos y luego la izaron, dejándola suspendida cabeza abajo en el aire. La sangre se le agolpó de inmediato en la cabeza; las sienes le latían con violencia, y los ojos parecían a punto de estallar. Todo lo que veía era un mundo invertido y carmesí: la fiesta ruidosa, Félix y Viviana abrazados con ternura, y aquel cerezo que alguna vez había simbolizado el amor. El dolor lacerante y la sensación de asfixia torturaban cada nervio de su cuerpo. El tiempo se volvió eterno. Al cabo de un día y una noche, cuando al fin la bajaron, Bianca apenas respiraba. La arrojaron de vuelta a su habitación, moribunda. Desde entonces, el sufrimiento se agravó; la sangre que escupía se volvió cada vez más abundante. Su mente oscilaba entre la lucidez y la penumbra, y el dolor le provocaba alucinaciones. Tras un ataque insoportable, en medio del delirio, creyó que habían retrocedido cinco años, cuando ella y Félix se amaban con locura. Casi sin pensarlo, marcó aquel número tan familiar. Con voz entrecortada por el llanto y cargada de dependencia, como tantas veces en el pasado, suplicó con dulzura: —Félix... Me duele mucho... Al otro lado reinó un silencio interminable, tanto que Bianca pensó que la llamada se había cortado. Entonces, escuchó la voz contenida y contradictoria de Félix. —¿Dónde te duele? Ese timbre tan familiar, con un dejo imperceptible de preocupación, fue como agua helada que la devolvió bruscamente a la realidad. Despertó de golpe, encarando la crudeza del presente. Sintió que el corazón se le partía en dos. Colgó con torpeza y se enterró bajo las sábanas, llorando en silencio. Al final, con las manos temblorosas, tragó un puñado de analgésicos y solo gracias a ellos pudo dormir. No supo cuánto tiempo pasó hasta que un balde de agua helada la despertó de golpe. Viviana estaba de pie frente a la cama, con el rostro altivo y colmado de ira. —¡Bianca! ¡Qué bien escoges el momento para llamar! ¡Justo cuando Félix y yo estábamos haciendo el amor! ¡Y con esa voz repugnante! ¿Olvidaste que él ya no te quiere? ¿Qué ganas fingiendo? La insultó largo rato, hasta que, con una carcajada helada, añadió: —Si tanto te faltan hombres, yo misma te consigo uno. Dio unas palmadas, y enseguida entró un desconocido de mirada lasciva, acercándose con intenciones viles. —No... ¡No! Bianca, presa del pánico, forcejeó con las últimas fuerzas que le quedaban. Con un impulso desesperado, empujó al hombre y salió corriendo descalza, tambaleándose. De pronto, se estrelló contra un pecho firme y cálido. Al levantar la mirada, se encontró con los ojos profundos de Félix, que había salido al escuchar el alboroto. —¿Qué pasa aquí? —preguntó, arrugando la frente al ver a Bianca despeinada, con la ropa revuelta y la cara desencajada por el miedo. Bianca abrió la boca, dispuesta a explicarse. Pero Viviana se adelantó, irrumpiendo en la escena y lanzándose llorosa a los brazos de Félix. —¡Félix! Yo... Yo acabo de encontrarla con ese hombre en la habitación... ¡Cómo pudo hacerte esto!

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