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Capítulo 9

El dolor fue casi insoportable. Casi muere del sufrimiento. El médico privado llegó a tiempo, le administró analgésicos y trató con cuidado las heridas de la espalda. —Por suerte llegamos a tiempo. No quedarán cicatrices, pero debes evitar mojarte y guardar reposo. —Dijo el médico. Mariana se quedó boca abajo en la cama; sus lágrimas se habían secado hacía rato. Las heridas del cuerpo quizá sanarían, pero las del alma ya estaban gangrenadas. Durante los días siguientes se encerró por completo en su cuarto, como un caracol escondido en su concha, sin atreverse a salir a enfrentar esa realidad desgarradora. Hasta que un día abajo se oyó un bullicio enorme. Recordó que era el cumpleaños de Antonella. Nicolás había organizado una gran fiesta en la casa para celebrarlo. Cuando al fin salió, se quedó en el barandal del segundo piso, observando en silencio cómo Nicolás volcaba toda su ternura sobre la caprichosa Antonella. Ella ponía peros al pastel, se quejaba de miradas de los invitados, montaba escenas; y Nicolás la toleraba todo, hasta se agachó para acomodarle la falda en público. Alguien, por descuido, la reconoció y dijo en voz alta: —Señora Delgado. Esa simple palabra encendió la furia de Antonella. Rompió su copa con un gesto teatral y, entre sollozos, gritó a Nicolás: —¡Tú me dijiste que aunque no estuviéramos legalmente casados, tú me amas y yo soy tu única esposa! ¿Por qué permiten que la llamen señora? Nicolás intentó apaciguarla: —Tranquila, es solo una forma de hablar... —¡Mentira! —Sollozó Antonella con rabia infantil. —¡Decláralo ahora, delante de todos, y que nadie vuelva a llamarla así! ¡Y además quiero castigarla! —¡Llenen la piscina con vidrios rotos! ¡Y que ella los saque todos, uno por uno, hasta que no quede ni un pedazo! Los guardaespaldas miraron a Nicolás; al ver su aprobación, corrieron a cumplir la orden y arrojaron los trozos de vidrio a la piscina. El lugar entero quedó en silencio. Nicolás ni siquiera frunció el ceño, ordenó con voz fría: —¿No oíste lo que dijo Antonella? Baja y hazlo. Mariana, desde el piso de arriba, sintió un escalofrío: —¿Nicolás, de verdad quieres humillarme así? Nicolás soltó una risa fría: —Te recuerdo que la vida o la muerte de la empresa de tus padres depende de una sola palabra mía. Mariana quedó paralizada. Su rostro se volvió pálido como el papel. Nicolás estaba usando el esfuerzo de sus padres para amenazarla. Miró la piscina llena de vidrios y los ojos fríos de Nicolás, toda esperanza en su interior se quebró. Bajó las escaleras y, bajo las miradas llenas de compasión de los presentes, entró a la piscina. Los vidrios cortaron su piel al instante, la sangre brotó y tiñó el agua. Cada vez que recogía un trozo, una nueva herida se abría en sus manos. Solo siguió, una y otra vez, hasta completar la tarea. Nadie sabía cuánto tiempo pasó, cuando terminó de sacar el último pedazo. Estaba empapada, con las manos destrozadas y el cuerpo cubierto de sangre. Se levantó y se colocó frente a Nicolás y Antonella. Nicolás la miró sin expresión y anunció ante todos: —Desde hoy, en esta casa, quien vuelva a llamarla señora se las verá conmigo. Con una sola frase, aplastó su dignidad por completo. En ese momento, el corazón de Mariana murió. Arrastrando su cuerpo ensangrentado, caminó hacia la puerta. Cada paso era dolor, pero también alejamiento de ese lugar sofocante. Apenas cruzó la entrada de la mansión, sonó su teléfono. Era una llamada del Registro Civil. —Señorita Mariana, el periodo de reflexión de su divorcio con el señor Nicolás ha terminado. ¿Podría venir hoy a registrar la disolución? Mariana sostuvo el teléfono y soltó una risa baja, de la que pronto brotaron lágrimas. —Voy ahora mismo. Cuando tuvo el certificado de divorcio en las manos, sintió una ligereza que nunca antes había sentido. De regreso, al pasar por la plaza central, vio una pantalla gigante y tomó una decisión. Nicolás no quería que fuera su esposa. Entonces dejaría que el mundo entero supiera que ya no tenía nada que ver con él. Fue a una agencia de publicidad y pagó una suma enorme para comprar todas las pantallas electrónicas de las zonas principales de la ciudad. El mensaje era simple y directo: [El matrimonio entre Nicolás y Mariana ha sido disuelto hoy, Desde este momento, no tenemos relación alguna. Mariana ha recuperado su soltería, pretendientes, bienvenidos.] Después de eso, volvió a la mansión, empacó sus cosas, compró el vuelo más temprano al extranjero y se fue sin dudar. El avión despegó y se elevó hacia el cielo. Desde la ventanilla, vio la ciudad hacerse cada vez más pequeña, su corazón estaba en calma. No sabía qué cara pondría Nicolás al enterarse de lo que había hecho, ni le importaba. Solo sabía que era libre. Al día siguiente, el sol salió como siempre. Nicolás despertó con Antonella aún dormida a su lado. Tomó el teléfono para revisar sus mensajes y lo encontró lleno de llamadas y notificaciones. Los titulares decían: [¡El hombre más rico del mundo, Nicolás, ha sido abandonado! Su exesposa Mariana llena la ciudad de anuncios proclamando su soltería.]

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