Nicolás Delgado, el hombre más rico del mundo, era adicto al trabajo. Mariana González, su esposa desde hacía cinco años, había sido dejada de lado una y otra vez.La primera vez fue en su cumpleaños. Ella había reservado con ilusión un restaurante, pero él voló al extranjero por una adquisición. La dejó esperando todo el día.La segunda vez fue cuando ella sufrió un accidente. Su vida estaba en peligro y se requería la firma de un familiar. Él respondió: —Estoy en una reunión. Ocúpate tú misma.La tercera fue cuando su padre agonizaba. El anciano quería despedirse, pero Nicolás estaba firmando un contrato millonario. Ella sostuvo la mano de su padre mientras escuchaba el tono muerto del teléfono. Su corazón también se heló.Una y otra vez, finalmente comprendió que, en el corazón de Nicolás, no existía nada ni nadie más importante que su imperio empresarial.