Capítulo 2
—Mamá, ¿así ya estás divorciada de papá?
Diego alzó el rostro, apretando con fuerza el acuerdo de divorcio entre las manos.
Carolina se agachó y le revolvió el cabello: —Aún falta un mes de periodo de reflexión. Cuando pase, te llevaré lejos de aquí y no volveremos nunca más.
Diego asintió con entusiasmo, con una luz de esperanza en los ojos.
En los días siguientes, Ricardo no volvió a casa.
Por el WhatsApp de Florencia, Carolina vio que él salía con ellos: paseos, reuniones escolares con Tomás, cenas en restaurantes.
En todas las fotos, Ricardo sonreía con una ternura que ella jamás conoció.
Cada imagen le dolía como una cuchillada.
Recordó su boda de cinco años atrás: sin ceremonia, sin vestido, ni siquiera una cena.
Durante esos años trabajó hasta en cinco empleos; se desmayó repartiendo comida y no se atrevió a ir al hospital.
Desde que Diego aprendió a caminar, la ayudaba a recoger botellas y repartir volantes para pagar las deudas de Ricardo.
Qué absurdo.
Una semana después, Ricardo volvió.
Apenas abrió la puerta, dijo: —Preparen las cosas, voy a llevar a Diego a pasear.
Carolina se quedó helada.
Él había jurado que su dinero sería solo para Florencia.
¿Desde cuándo cambió de actitud? ¿Ahora quiere llevar a Diego de paseo?
—No hace falta. —Respondió ella por instinto.
El rostro de Ricardo cambió y estaba a punto de replicar, cuando alguien golpeó la puerta: era la casera, venía a hablar sobre el contrato.
Ricardo frunció el ceño: —¿Por qué quieren mudarse si aquí viven bien?
Carolina no quería que supiera que planeaba irse para siempre, así que respondió: —Solo quiero cambiar de ambiente.
Ricardo no sospechó nada. Pensó que era por el precio del alquiler y asintió: —Vayan a hablar. Yo me quedo con Diego.
Carolina dudó un momento, pero al fin asintió; al fin y al cabo, él era el padre del niño.
La casera, una mujer amable, la llevó hasta la escalera: —Han vivido aquí tantos años, si te parece caro, puedo bajarte un poco el alquiler.
Carolina negó con la cabeza: —No hace falta. Estoy tramitando el divorcio. Pronto me iré de esta ciudad.
La casera la miró sorprendida:
—¿Divorcio? ¿Lo pediste tú o tu marido?
Hizo una pausa y luego añadió: —Seguro fue él. Con lo mucho que tú lo quieres, no serías capaz de dejarlo.
Carolina bajó la mirada, sintiendo amargura.
Hasta los demás podían ver cuánto lo amaba.
Como ella no respondió, la casera no quiso insistir y solo dijo: —Si ya lo decidiste, entonces haz lo que tengas que hacer.
—No estés triste. Si él te pierde, lo lamentará.
Cuando Carolina regresó, la casa estaba vacía.
Sorprendida, llamó a Ricardo, pero no respondió.
Llamó más de treinta veces, sin respuesta. Con el corazón encogido, salió corriendo a buscar por todos lados.
El dueño de una tienda le dijo: —Tu marido se fue con el niño en un carro. Dijo que iban al hospital.
¿Al hospital?
Carolina sintió que se le helaba la sangre. Corrió hasta allí y, al llegar, escuchó la voz de Ricardo afuera del quirófano.
—La compatibilidad fue buena. Después de la cirugía, Tomás se recuperará.
Florencia, con los ojos rojos, preguntó: —¿Y si Carolina se entera de que trajiste a Diego para donar médula, no hará un escándalo?
La voz de Ricardo sonó fría, casi cruel: —Soy el padre de Diego. Mi firma es legal y válida. Ella no puede hacer nada más que llorar.
Hizo una pausa y concluyó con frialdad: —La operación ya empezó. No permitiré que interfiera en la recuperación de Tomás.