Capítulo 5
La herida en la parte posterior de la cabeza requirió once puntos, y Lucía permaneció una semana entera en el hospital antes de poder levantarse de la cama.
Lo primero que hizo al recuperarse fue ir a la familia Guzmán, recoger su equipaje y comprar un billete de avión para regresar a Boston tres horas después.
Pero, cuando regresó a su casa para recoger sus documentos, descubrió que su documento de identidad y sus tarjetas bancarias, que había dejado bajo llave en el armario…
Habían desaparecido por completo.
Al aspirar el leve rastro de agua de colonia, ese aroma exclusivo de Ramón que aún flotaba en el aire, Lucía por fin entendió qué significaba aquella mirada contenida que él había tenido en el baño aquella noche.
La engañaba, jugaba con ella y, aun así, no estaba dispuesto a dejarla en paz.
Ramón, ¡de verdad que era bueno en eso!
Aun así, Lucía no se quedó de brazos cruzados.
Pidió un taxi al estudio, con la intención de traspasar su estudio de maquillaje antes de marcharse.
Pero, para su sorpresa, la puerta del estudio estaba abierta.
Sofía estaba sentada frente al tocador, retocándose el maquillaje con las herramientas de Lucía.
Al verla reflejada en el espejo, Sofía soltó una risita. —Llegaste.
Con aire triunfante, agitó el anillo de diamantes que llevaba en el dedo anular. —La semana que estuviste inconsciente, Ramón me pidió matrimonio. Cuando se cumpla el año, ¡podré estar a su lado a plena luz del día!
—Lucía, ¿lo ves? No puedes competir conmigo. Tu ropa y tus bolsos son míos; la identidad de hija de la familia Suárez es mía, ¡y el hombre que te gusta también!
Lucía contempló su expresión de vanagloria y solo sintió un hastío absoluto.
—Desde el primer día en que llegaste a la familia Suárez, quisiste copiarme en todo y compararte conmigo. Al chico que yo le gustaba, al día siguiente le llegaba tu carta de confesión. Por más plumas que le pegues, un gallo nunca será un pavo real. ¿Qué sentido tiene?
Con desprecio visible en la mirada, la recorrió de arriba abajo.
—Esa ropa, ¿la compraste imitando mi modelo hecho a medida de hace tres años? Viniste a Chicago siguiendo mis pasos, ¿verdad? Sofía, cuando estás con Ramón, ¿es porque lo quieres? ¿O es porque hasta el novio… también lo quieres del mismo estilo que yo?
—¡Tú!
Sofía recibió el golpe directo a su pensamiento y su rostro se tornó, de inmediato, extremadamente feo.
—¿Y qué si es así? Tú, niña rica, te esforzaste hasta el límite y Ramón ni siquiera te miró. Yo no lo amo, pero con un dedo puedo lograr que me obedezca en todo.
En ese momento, se escuchó una voz repentina desde la puerta.
—¿No amar a quién? ¿De qué están hablando?
Al ver que la silueta de Ramón aparecía tras la puerta de cristal, Sofía se puso nerviosa.
En un arranque de pánico, se propinó una cachetada con fuerza y cayó al suelo de golpe.
El rostro de Ramón se ensombreció al instante; en sus ojos destelló una ferocidad helada.
—¿Qué pasó?
Sofía se cubrió la cara, y las lágrimas brotaron inmediatamente. —Ella está celosa porque me pediste matrimonio… dijo… que quería darme una lección…
Escondida detrás de Ramón, curvó una sonrisa envenenada y le articuló las palabras a Lucía. —Es-tás-a-ca-ba-da.
—¡Lucía! —Ramón rugió.
Una daga lanzada desde su mirada, como si quisiera descuartizarla con los ojos.
—¿La última vez en el centro de detención no fue suficiente? ¿Aún te atreviste a ponerle una mano encima a Sofía? Puedo llamar a la policía ahora mismo y acusarte de lesiones personales.
El hielo oscuro de sus ojos estremeció a Lucía.
Luego llegó una oleada aplastante de amargura.
¿Cuánto amaba a Sofía? No lo había visto con sus propios ojos, no tenía pruebas, y, aun así, una frase improvisada de Sofía bastaba para desencadenar semejante furia en él.
Si ella no hubiese grabado todo hacía un momento, seguramente habría perdido una vez más su dignidad y habría quedado humillada.
—Si quieres llamar a la policía, hazlo.
Lucía apretó con fuerza la palma de la mano y curvó los labios con frialdad. —En cuanto entré en el estudio, activé la grabación. Tengo pruebas suficientes para demostrar mi inocencia.
—Ramón, ¿quieres verla? ¿O es que todavía no lo sabes? La persona que llevas en el corazón, en realidad no te ama.