Capítulo 10
Al amanecer, una sensación fresca le rozó el pecho, como un beso suave.
Víctor, aún medio dormido, reaccionó por instinto y la abrazó, tomando sus dedos entre los suyos y murmurando, ronco y cariñoso: —Laura, no empieces.
Pero en cuanto lo dijo, su cuerpo se quedó rígido de golpe.
Esa mano...
Laura había sido asistenta y desde niña trabajó duro; siempre tuvo callos en las manos. Por más que luego la colmara de amor y mandara hacer cremas especiales, esa aspereza nunca desapareció, como una huella del tiempo.
En todas las noches íntimas, él solía acariciar sus dedos con ternura, sintiendo una mezcla de cariño y lástima.
Pero ahora, la piel que sostenía era excesivamente suave y lisa.
Una avalancha de recuerdos lo asaltó y se incorporó bruscamente en la cama.
La habitación era un desastre, la ropa tirada por el suelo, la cama deshecha, y encima de las sábanas, Sonia, completamente desnuda, lo abrazaba tímidamente envuelta en la colcha.
—¿Ya te has despertado? Es temprano, quédate conmigo

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