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El amor duele másEl amor duele más
autor: Webfic

Capítulo 4

—Arrodíllate —ordenó Nicolás con voz siniestra. Los guardias se acercaron corriendo, sujetándola con rudeza por los hombros como si fuera una delincuente. Ella forcejeó, pero la obligaron a arrodillarse en el frío suelo de mármol; sus rodillas golpearon con fuerza, causándole un agudo dolor que le nubló la vista. Ignacio tomó el látigo de cuero que ya tenía preparado y lo hizo silbar con destreza en el aire antes de azotarla con fuerza en la espalda. —¡Paf! Un dolor desgarrador estalló en ella, como si miles de agujas se clavaran simultáneamente en su piel. Daniela apretó los labios con fuerza; el sabor a sangre se extendió en su boca, pero obstinada, se negó a emitir sonido alguno. —¿Reconoces tu error? —preguntó Ignacio con frialdad. —No he cometido ningún error... —alcanzó a decir con dificultad. —¡Paf! El golpe fue más fuerte que antes. La sangre de inmediato se filtró a través de la fina tela de su vestido, formando una mancha roja y chocante sobre su espalda. —¿Reconoces tu error? —volvió a preguntar. —No... El látigo siguió azotándola una y otra vez, cada golpe como si intentara desgarrar su alma. En un santiamén la sangre empapó su vestido blanco, formando un charco rojo intenso sobre el suelo. —Basta de golpearla... por favor, no sigan... —llorando desconsolada, la vieja sirvienta Carmen se arrodilló, suplicando—. La señora va a morir... de verdad va a morir... Pero los tres hermanos hicieron caso omiso, y los azotes continuaron. La conciencia de Daniela comenzó a desvanecerse; entre la confusión, escuchó a lo lejos la risa sombría de Nicolás. —Si no quiere reconocer su error, seguiremos hasta que lo haga. Al caer el último golpe, ella ya no pudo sostenerse más, su vista se tornó borrosa y perdió el conocimiento. Antes de sumirse en la más profunda oscuridad, lo último que vio fue el charco de sangre brillante en el suelo... Y la mirada indiferente de sus tres hermanos. Daniela fue dejada sola como un perro en la habitación durante tres días completos. Yacía en la cama, escuchando con claridad las risas y las voces alegres que venían del cuarto contiguo. La dulce voz de Laura suplicando, las voces suaves y conciliadoras de los tres hermanos, y la magnética risa de Alejandro, todos esos sonidos atormentaban sin cesar su corazón ya hecho mil pedazos. —Laura, toma la medicina. —No quiero, está muy amarga. —Sé buena, y después te doy un dulce. —Alejandro, rápido dale de comer... Daniela enterró su cara en la almohada, apretando con dolor sus uñas profundamente en la palma de la mano. Pensó que ya estaba insensible al dolor, pero con cada respiración, un agudo pinchazo le atravesaba una y otra vez el pecho. A la mañana siguiente, con gran esfuerzo se levantó de la cama. Apoyándose con dificultad en la pared, se movió paso a paso hasta la entrada de la escalera, justo a tiempo para oír una conversación entusiasmada desde abajo. —Dicen que últimamente hay un grupo de delfines en estas aguas —de repente la voz de Alejandro tenía un raro tono alegre—. Laura siempre ha querido verlos. —Entonces, vamos hoy —los tres hermanos respondieron entusiasmados—. Será bueno para que Laura se distraiga un poco. Daniela quedó petrificada en la esquina de la escalera, sus dedos temblando levemente mientras se aferraba al pasamanos. Las heridas de látigo en su espalda aún no habían sanado; cada paso le quemaba como si fuera fuego. —¿Daniela? —Laura alzó la vista de repente, llamándola con alegría—. ¡Por fin puedes levantarte! Los cuatro hombres voltearon al mismo tiempo, mirando con expresiones complejas hacia Daniela en la escalera. Estaba visiblemente demacrada, el vestido holgado colgaba vacío, y en sus muñecas se notaban grandes moretones aún sin sanar. —Vamos a ver a los delfines —Laura emocionada subió corriendo las escaleras, entrelazando cariñosa su brazo con el de Daniela—. ¿Vienes con nosotros? Daniela con rabia retiró su mano de forma instintiva; ese gesto hizo que los ojos de Laura se llenaran de lágrimas al instante. —Daniela, ya te he perdonado —Laura habló con la voz quebrada—. Aunque destruiste mi reputación... no me queda mucho tiempo y no quiero seguir peleando por eso... —¡Daniela! —Alejandro se acercó con paso firme y protegió a Laura tras de sí—. Laura tomó la iniciativa para hacer las paces, ¿y tú actúas de esa forma tan cruel? Nicolás sonrió con descaro. —Sí, mira a Laura, y luego mírate a ti. La diferencia es abismal. Daniela apretó los labios con tanta fuerza que volvió a sentir el sabor a sangre. Mirando a esos cuatro hombres descarados que alguna vez fueron cercanos a ella, de repente sintió que eran completamente desconocidos. Al final, para no entristecer a Laura, la obligaron a subir a regañadientes al yate. El mar azul se extendía hasta el horizonte, el sol brillaba en la cubierta, cegando la vista. Laura, llena de entusiasmo, propuso hacer una barbacoa, pero los cuatro hombres hicieron mala cara en desacuerdo. —Ya me voy a morir... —Laura con tristeza bajó la cabeza, su voz era apenas un susurro—. ¿No pueden dejarme hacer lo que quiero? —¡No digas tonterías! —Héctor apresurado le tapó la boca—. Ya contactamos a los mejores especialistas en el extranjero. No te pasará nada. Daniela se sentó en absoluto silencio en un rincón, observando cómo preparaban la barbacoa con afán. Nadie recordaba que ella era alérgica a los mariscos, como tampoco que aún tenía graves heridas en la espalda. —¿Por qué no comes? —Alejandro notó de repente su silencio. —Soy alérgica a los mariscos —Daniela respondió con voz baja. El ambiente se tornó incómodo al instante. Alejandro se enojó y estaba por levantarse para pedir algo distinto, cuando de pronto una ráfaga de viento agitó la superficie del mar. El yate comenzó a balancearse con violencia, la parrilla se volcó, y las brasas calientes saltaron por todas partes. —¡Cuidado! Daniela vio cómo los cuatro hombres se lanzaban desesperados hacia Laura, formando una barrera humana para protegerla. Y ella misma... —¡Ah! Un grupo de brasas cayó sobre la falda de su vestido, que con rapidez se incendió en llamas furiosas. Ella rodó sobre el suelo con intenso dolor, gritando, pero nadie volteó a mirarla siquiera.

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