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El amor duele másEl amor duele más
autor: Webfic

Capítulo 5

Cuatro hombres seguían revisando con nerviosismo si Laura había sufrido alguna herida. Su brazo tenía una pequeña quemadura roja. —¡Laura! ¿Estás bien? —¡Déjame ver! —Está un poco enrojecido, ¡rápido, traigan el medicamento! De golpe, un tripulante que pasaba por ahí la vio, y corrió horrorizado, apagando con destreza las llamas en su cuerpo con un extintor. —¡Señorita! ¡Señorita, aguante! —gritó asustado el tripulante. Daniela alcanzó a ver, de forma borrosa, cómo los cuatro hombres cargaban a Laura y corrían apresurados hacia la cabina del barco, sin dedicarle a ella ni una sola mirada. Cuando la llevaron de regreso a su habitación, ya no podía hablar por el dolor. Tenía quemaduras graves en gran parte del cuerpo; con el más mínimo movimiento, brotaba un líquido mezclado con sangre. El tripulante salió corriendo desesperado a buscar al médico, y en la habitación solo quedó ella. De repente, su celular comenzó a vibrar. —Señorita Daniela, aún falta enviar algunos documentos para completar la compra de la isla desierta. —Te los envío ahora... —dijo Daniela con voz ronca, aguantando al máximo el dolor—. Por favor, termínenlo cuanto antes... tengo prisa por llegar a la isla... Apenas terminó la frase, una voz siniestra sonó a sus espaldas. —¿Con quién hablabas? —Con nadie —respondió Daniela, colgando la llamada y escondiendo el celular bajo las sábanas. Alejandro estaba de pie en la puerta. Notó algo extraño e hizo mala cara. Estaba por preguntar más, cuando su mirada se posó en las quemaduras impactantes en el cuerpo de ella. —¿¡Cómo te quemaste así!? —se acercó apresurado, su voz reflejaba una angustia inusual—. ¿Por qué no me llamaste? Daniela bajó la mirada y esbozó una sonrisa amarga. ¿Llamarlo? Hace unos minutos, mientras se retorcía de dolor en la cubierta y las llamas le chamuscaban el cabello, él ni siquiera volteó. ¿Llamarlo? Qué ironía ¿Para qué? —No es nada —dijo entre dientes—. El médico ya viene. Ve con Laura, ella te necesita más. Pero, inesperadamente, Alejandro se sentó al borde de la cama. —Ella ya está siendo atendida. Yo me quedo hasta que te curen. Se sentó a su lado y, con sus dedos largos, apartó con delicadeza el flequillo de su frente, con una innegable ternura que recordaba el pasado. Pero Daniela lo miró con calma; en sus ojos ya no quedaba ni rastro de la alegría ni del temblor del corazón de antes. Él ya era el esposo de otra. ¿Quién podría amar a un hombre casado? El día que se casó con Laura a escondidas, quedó sellado para siempre el final entre ellos. —¿Te duele? —preguntó en voz baja, con preocupación. Daniela lo negó, sin decir palabra. ¿Doler? Claro que le dolía con intensidad. Pero, comparado con el dolor en el alma, esa herida física no era nada. El médico pronto llegó y comenzó a tratar con sumo cuidado las quemaduras. Cada toque hacía que Daniela sudara frío del dolor, pero ella simplemente se mordía los labios con fuerza, sin soltar ni un quejido. —¡Alejandro! —la voz dulce de Laura llegó desde fuera de la habitación—. ¡Ven a ver los delfines! ¡Están hermosos! Alejandro dudó por unos segundos, pero al final ayudó a Daniela a incorporarse. —Vamos a verlos juntos. En la cubierta, el atardecer teñía el mar de dorado. Un grupo de delfines saltaba sobre el agua, dibujando arcos gráciles. —¡Pide un deseo! Dicen que, si les pides un deseo a los delfines, ¡se hace realidad! —Laura cerró los ojos y juntó las manos como si estuviera rezando. Alejandro acomodó a Daniela en una mecedora. Ella observaba esa escena absurda ante sus adoloridos ojos. Esos cuatro hombres, que nunca creyeron en esas cosas, ahora cerraban los ojos con ternura e indulgencia, devotos como si rezaran en una iglesia. Ella sabía muy bien que los deseos que pedían estaban relacionados con Laura. Entonces, ella también cerró los ojos lentamente. —Daniela, ¿qué deseaste? —preguntó Laura, acercándose con cierta curiosidad. Los cuatro hombres también la miraron al mismo tiempo. Daniela los observó a todos y, palabra por palabra, dijo: —Deseo no volver a ver en esta vida ni a Alejandro, ni a Ignacio, ni a Héctor, ni a Nicolás, ni a ti Laura.

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