Capítulo 2
Alicia tomó el plátano y lo masticó despacio, fingiendo que no pasaba nada.
Pero dentro de su cabeza, todo era un estruendo ensordecedor.
Sonia era la pesadilla de Alicia y de su mejor amiga, Teresa.
En aquel entonces, Alicia componía la música y Teresa escribía la letra. Juntas crearon una canción y la subieron a internet.
La canción explotó de la noche a la mañana y se volvió viral en toda la red.
No pasó mucho tiempo antes de que Sonia las buscara, obligándolas a venderle la canción y a admitir públicamente que ella era la verdadera creadora.
Ellas se negaron. Entonces Sonia comenzó a difamarlas en internet, acusándolas de haber plagiado su obra.
Alicia, indignada, intentó publicar un mensaje aclarando la verdad, pero su publicación fue eliminada y su cuenta, bloqueada.
Después vinieron todo tipo de agresiones y acoso por parte de Sonia.
A Teresa le destrozaron las piernas a golpes y quedó discapacitada para siempre, condenada a una silla de ruedas.
A Alicia la golpearon hasta dejarla sorda, incapaz de volver a oír.
La familia de Teresa creyó que todo había sido culpa de Alicia, rompió todo contacto y se llevó a Teresa al extranjero.
Alicia se negó a ceder. Reunió todas las pruebas, decidida a hacer que Sonia pagara por lo que había hecho.
Pero al día siguiente de presentar la denuncia, se enteró de que Sonia ya había salido del país.
Ese episodio se convirtió en su pesadilla.
Durante incontables noches, Alicia despertaba sobresaltada, dudando de sí misma, dudando del mundo, preguntándose una y otra vez si de verdad había estado equivocada.
Hasta que conoció a Rafael.
Ella creyó que Rafael era su salvación, la luz de su vida.
Pero en ese instante, al escuchar con sus propios oídos a Rafael mencionar a Sonia, por fin comprendió que todo había sido una mentira cuidadosamente fabricada por ellos.
—Y hay algo más.
Dijo Rafael mientras tomaba una copa de vino tinto y daba un sorbo: —Ahora ya no se llama Sonia. Se llama Susana. No se equivoquen al llamarla.
Alguien rió de inmediato: —Exacto. Hace tiempo que se operó y cambió de identidad. ¡Ahora es la gran estrella Susana!
Las palabras de Rafael cayeron como un rayo, estallando junto al oído de Alicia.
Desde hacía dos años, desde el debut de Susana, sus pósteres y álbumes habían inundado la vida de Alicia.
En el estudio de Rafael había una estantería dedicada exclusivamente a objetos relacionados con Susana.
Cada vez que Alicia preguntaba por ello, Rafael le respondía con evasivas, diciendo que Susana era amiga de Carlos.
Que él simplemente admiraba su talento musical.
Alicia le creyó sin reservas.
Cada vez que salían de compras y veía productos promocionados por Susana, incluso los compraba a propósito para colocarlos en aquella estantería...
Jamás imaginó que esa cantautora adorada por todos era en realidad Sonia, la enemiga que llevaba tres años buscando.
—Por cierto.
Preguntó alguien con curiosidad: —Rafael, ¿cuándo sale el nuevo álbum de Susana? ¡Mi hermana ya no aguanta la espera!
Antes de que Rafael pudiera responder, otro se adelantó riendo: —Eso depende de cuándo Alicia termine su nueva obra.
—Tienes sentido.
Se sumó el primero, también riendo: —Desde que Alicia quedó sorda, las canciones que compone son mucho mejores que antes. ¡El dolor verdadero despierta una creatividad infinita!
—Así es.
Al ver que Alicia había terminado de comer el plátano, Rafael levantó la mano y le acarició la cabeza: —Poder escribir canciones para que las use Susana, ese es ahora su mayor valor.
El calor de su palma le quemaba el cuero cabelludo, pero su corazón se hundía como si hubiera caído en un pozo de hielo.
Las risas y el bullicio a su alrededor continuaban, pero ella ya no lograba oírlos.
Así que, durante esos tres años, cada canción que había compuesto entre dolor y lágrimas se había convertido en la gloria de Sonia.
Rafael, ¿cómo podía hacerle algo así?
Una hora después, la reunión llegó a su fin.
Alicia salió del reservado tomada de la mano de Rafael, completamente entumecida.
—¿Te sientes mal?
De regreso en la villa donde habían vivido juntos durante tres años, Rafael le sostuvo el rostro, obligándola a fijar la mirada en sus labios, y le preguntó despacio.
Alicia volvió en sí, reprimió la marea de emociones y forzó una leve sonrisa: —Sí, me duele un poco la cabeza.
—Entonces ve a descansar primero.
Rafael la abrazó con suavidad y le dijo con los labios: —Tengo que ir a la empresa a resolver unas cosas.
Alicia asintió: —Está bien.
Cuando escuchó el sonido de la puerta cerrarse en la planta baja, Alicia por fin soltó el aliento contenido y fue al estudio.
En la estantería más visible del estudio estaban ordenados, uno tras otro, todos los álbumes de Susana desde su debut.
Cada uno era una edición de colección en vinilo.
Alicia respiró hondo, tomó uno al azar y lo puso a reproducir.
Al encender el tocadiscos, la voz de Sonia llenó la habitación.
Esa voz que durante tres años había poblado sus pesadillas, ahora cantaba las melodías que ella misma había compuesto.
Cada verso entonado era una burla directa hacia ella.
Cuanto más escuchaba, más se desmoronaba.
Hasta que, incapaz de contenerse, arrancó el disco de vinilo del tocadiscos y lo arrojó con fuerza al suelo, haciéndolo añicos.
Las lágrimas corrían, se secaban y volvían a correr.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando la puerta del estudio se abrió.
Alicia levantó la cabeza por instinto.
El hombre que entró, impecable en su traje, fijó la vista de inmediato en el disco de vinilo hecho pedazos.
Se quedó paralizado un instante; en sus ojos brilló fugazmente una chispa de ira.
Al notar la mirada de Alicia, reprimió la emoción, se acercó con gesto preocupado y, agachándose a su lado, articuló lentamente con los labios: —¿Qué te pasa?
Aunque su rostro y su vestimenta eran idénticos a los de Rafael, su voz era más ligera, más desenfadada.
El corazón de Alicia se hundió apenas un poco más.
Ese no era Rafael.
Era su hermano menor, Carlos.