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Capítulo 20

Mónica no escuchó en absoluto las justificaciones de Ramiro, y él terminó saliendo de la habitación por el momento. —Mónica, descansa un poco. Te demostraré que de verdad te quiero, que no es un impulso pasajero. Así fue como se vio obligada a quedarse. En realidad, no podía decir que viviera mal: Ramiro no le prohibió entrar ni salir; todo lo que pidiera, con solo mencionarlo, llegaba a sus manos en una hora. Sin importar lo exigente o deliberadamente difícil que fuera la petición, él nunca se negaba. A excepción de que siempre había empleados y guardaespaldas siguiéndola a donde fuera, y que no le permitían contactar a nadie, dentro de aquella mansión su poder de decisión era incluso mayor que el de Ramiro. Los días pasaban, y Mónica se sentía cada vez más inquieta. Llevaba desaparecida tanto tiempo. No sabía cómo estaría Felipe: si habría comido bien, si estaría durmiendo algo. Si estaría atormentándose culpa­ble por no haber podido protegerla. Quizá no debió salir aquel día; si no

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