Capítulo 3
—Abre la boca.
Adrián sostenía la pastilla rosada entre los dedos; sus movimientos eran suaves, aunque en sus ojos cruzó una breve lucha que enseguida se volvió nítida.
Él amaba a Valeria, siempre la había amado; Sofía solo era una herramienta para controlar. ¡No debía pensarlo más!
Sofía la tragó dócilmente y, en menos de media hora, comenzó a sentirse mareada, como si todo el mundo girara ante sus ojos.
—Esta medicina… me hace sentir muy mal… —murmuró, sosteniéndose la frente con debilidad.
—Es normal que te sientas mal. —Adrián sonrió—. Significa que está haciendo efecto. Ahora necesitas descansar.
En ese momento, Valeria abrió la puerta; al ver a Sofía desplomada en el sofá, soltó una risita.
—Vaya, ¿no es esta la gran artista? ¿Por qué estás tirada ahí como un pescado muerto?
Paseó a propósito frente a ella y, de pronto, sacó de su bolso un marco de fotos.
—Escuché que esta es la foto de tu abuela, la que más valoras, ¿no? Qué pena… ¿Para qué guardar esta porquería si ya está muerta?
—¡Dámela! —Sofía intentó ponerse de pie, pero el efecto del medicamento le había vaciado la fuerza.
Valeria elevó el marco bien alto. —Pídemelo. Como cuando de niñas me rogabas que te devolviera el vestido nuevo.
La visión de Sofía estaba borrosa por la medicación, pero la amable cara de su abuela seguía apareciendo detrás del vidrio resquebrajado.
—Yo… —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Te… lo pido…
Con brazos temblorosos sostuvo su propio peso e intentó levantarse; cada movimiento era insoportablemente difícil bajo el efecto del fármaco.
Un mal paso la hizo caer de rodillas; el golpe resonó seco contra el suelo.
—Por favor… Valeria… devuélveme… la foto…
Ella soltó una carcajada victoriosa, deleitándose en la postura humillada de Sofía.
—Qué perrita tan obediente. Pero…
Su tono cambió abruptamente; sus ojos se afilaron con crueldad. —Cambié de opinión.
Aflojó los dedos y el marco cayó.
—¡No…!
Sofía vio, impotente, cómo el marco se estrellaba contra el suelo, y el cristal se rompió en pedazos que saltaron por todas partes.
El tacón de Valeria se alzó de inmediato y aplastó con fuerza la cara sonriente de la abuela impreso en la fotografía.
—Uy, se me resbaló. —Abrió las manos, fingiendo inocencia—. Además, tú estás medio loca ya… ¿Para qué quieres esta basura? ¡Da mala suerte verla!
—¡Valeria! —Una furia y una desesperación que jamás había sentido estallaron dentro de Sofía, rompiendo el adormecimiento del medicamento. Nadie supo de dónde sacó fuerza, pero se lanzó hacia adelante y empujó a Valeria con todas sus fuerzas.
—¡Ah! —Ella, tomada por sorpresa, tropezó hacia atrás; su cintura golpeó el borde de la mesa, arrancándole un grito de dolor—. ¡Sofía, estás loca!
En ese instante, Adrián llegó apresuradamente al escuchar el alboroto.
Al ver el desorden en el suelo y a Valeria gritando, su expresión se ensombreció de inmediato.
—¡Sofía! —bramó, avanzando a grandes pasos mientras agarraba su brazo con tanta fuerza que Sofía gritó de dolor—. ¿Qué clase de rabieta estás haciendo ahora?
—¡Fue ella! ¡Ella rompió la foto de la abuela! —Sofía luchó entre sollozos, con lágrimas desbordándose.
Pero Adrián ni siquiera miró los pedazos en el suelo. La observó con desaprobación y frialdad. —Valeria solo vino a verte, ¿y tú la atacas así? Me decepcionas profundamente.
Sacó un sedante de su bolsillo.
—¡No! Adrián, no puedes… ¡ella fue la que…!
Sofía retrocedió aterrada, pero él la sujetó con fuerza.
—Necesitas calmarte.
La aguja fría se clavó en su brazo.
El efecto del medicamento actuó rápidamente; Sofía se desplomó en el suelo y, con la vista borrosa, escuchó la voz triunfante de Valeria.
—Adrián, ella siempre se pone así de loca… ¿Y si algún día me hace daño?
—No tengas miedo —respondió Adrián con suavidad—. De ahora en adelante la vigilaré mejor. Parece que debemos aumentar la dosis.
—Esta nueva fórmula te hará sentir mejor. —Su voz era tan dulce que parecía la de alguien que consuela a un niño.
Adrián la ayudó a recostarse en la silla de tratamiento, corrió las cortinas y encendió un incienso relajante.
—Ahora, vamos a comenzar la sesión de hoy. —Su voz resonó nítida en la penumbra del cuarto—. Te sentirás relajada… muy relajada…
La visión de Sofía se volvió cada vez más difusa; solo escuchaba la voz firme de él.
—Eres una persona incompleta. Necesitas depender de mí para poder vivir.
—Tu valor es permitir que Valeria triunfe. Ese es el sentido de tu existencia.
—Fuera de mí, nadie aceptaría a alguien como tú…
A Sofía le estallaba la cabeza del dolor. No sabía cuánto tiempo pasó antes de que aquella tortura finalmente terminara.
Cuando ellos se marcharon, Sofía abrió los ojos y vio un fragmento de vidrio del marco incrustado en su mano, con sangre goteando sin parar.
El dolor era lo único que evitaba que cayera por completo bajo la hipnosis. Cuando Adrián le había inyectado el sedante, ella había escondido en su palma el vidrio del marco de su abuela.
Sacó del interior de su ropa una diminuta grabadora.
Dentro se había registrado con total claridad todo lo ocurrido aquel día. Con extremo cuidado, realizó una copia de seguridad de los archivos y escribió en su diario encriptado.
—3 de noviembre. Adrián realizó una hipnosis profunda e intentó implantar el pensamiento de 'negación del yo'. Valeria destruyó deliberadamente la foto de la abuela. Evidencias recopiladas.
Al ver las grietas sobre la fotografía, la mirada de Sofía se volvió más firme.
—Abuelita… yo puedo hacerlo, lo prometo.
Guardó cuidadosamente los fragmentos y juró en su interior.
Algún día, haría que todos vieran cómo esos hipócritas respetables habían empujado a una persona viva hasta el borde de la muerte.
Tras recomponer su expresión, volvió a adoptar la apariencia de esa marioneta entumecida y regresó en silencio a su jaula.
Esa obra todavía debía seguir en escena.