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Capítulo 2

Santiago se levantó del sofá con expresión de sorpresa. —Valentina, ¿te volviste loca? —Aunque existía un acuerdo entre tu madre y los García, Hernán está paralizado y vivirá en una silla de ruedas. Casarte con él sería una viudez anticipada. Santiago hablaba demasiado. Valentina soltó una risa fría. —Me casaré con Hernán, y dejaré que Cecilia se case con Mauricio. ¿No es eso exactamente lo que tú querías? En cuanto a mis razones, no necesitas saberlas. —Está bien, pero no te arrepientas. Valentina ya iba a salir, pero se detuvo un instante: —Por ahora no le digas nada a Mauricio. —Tranquila, no pienso hacerlo. ¿Contarle a Mauricio para que armara un escándalo? Santiago no era tan estúpido. Cuando Valentina llegó al departamento, ya era casi la madrugada. Vio a Mauricio tirado junto a la puerta, ebrio y desolado como un cachorro abandonado. Al escuchar sus pasos, Mauricio levantó la cabeza. En cuanto la vio, sus ojos se iluminaron de repente. —¡Valentina, por fin viniste! Te estuve esperando tanto tiempo. —¿Por qué no viniste a buscarme? No sabes cuánto sufrí. Mauricio tenía unos ojos hermosos. Cuando miraba fijamente a alguien, lograba parecer terriblemente sincero. En el pasado, cada vez que hacía enojar a Valentina, bastaba con que la mirara así, con ese aire de tristeza y culpa. Para que ella no pudiera seguir molesta. Pero esta vez, en la mente de Valentina solo resonaban una y otra vez las palabras que él había dicho en el club. —¿Qué quieres? —¿Por qué estás tan distante conmigo? Déjame entrar, ¿sí? Bebí, me mojé bajo la lluvia, me siento terrible. Dijo Mauricio, tirando suavemente del borde de su abrigo, con tono de niño mimado. Antes de que ella respondiera, el teléfono de Mauricio comenzó a sonar. Valentina alcanzó a distinguir vagamente la voz de Cecilia al otro lado de la línea. —Si te sientes mal, busca un médico. ¿Para qué me llamas a mí? Replicó él, irritado, y colgó de inmediato. La lluvia seguía cayendo sin tregua. Valentina notó que su rostro estaba enrojecido de manera anormal, y al final, su corazón se ablandó. Después de todo, habían crecido juntos. Lo llevó al interior, le dio un medicamento para el resfriado y lo acomodó en el sofá. Cuando todo estuvo en orden, se retiró a su habitación a descansar. Había sido una noche agotadora. En medio del sopor creyó oír que alguien intentaba abrir la puerta. Pero Valentina siempre dormía con llave; al no poder entrar, esa persona se rindió enseguida. A la mañana siguiente, Mauricio ya se había ido. En la mesa del comedor había dejado un desayuno. Valentina pensó que se había marchado temprano, pero al llegar al teatro vio las marcas amoratadas en el cuello de Cecilia. —Cecilia, ¿el que te trajo recién es tu novio? ¡Es guapísimo! —Sí, y además maneja un auto carísimo. ¡Qué suerte tienes! —Cecilia, te envidio, tienes un novio tan atractivo y atento. Cecilia sonrió con falsa modestia, pero le guiñó un ojo a Valentina. Entonces lo entendió: al ver la puerta cerrada, Mauricio había ido directo a buscar a Cecilia. El desayuno de la mesa, seguramente, había sido solo una excusa. Valentina se agachó para atarse las zapatillas de ballet, con una sonrisa irónica en los labios. Después de un ensayo, durante el receso, se apartó a tomar aire, harta de escuchar los halagos hacia Cecilia. Pero justo Cecilia salió detrás de ella. —Hermana, escuché que volviste a casa anoche. No habrás ido a quejarte, ¿verdad? Dijo con una sonrisa burlona en el rostro angelical. Valentina la miró de reojo, sin ganas de responderle. Pero Cecilia la tomó del brazo. —¿Con qué derecho me menosprecias? Ahora la familia Fernández es mía, papá es mío, el puesto de primera bailarina es mío, y pronto también lo será Mauricio. —Estás loca. —¿De verdad crees que Mauricio te ama? Cuando está conmigo, ni un segundo de su tiempo lo dedica a pensar en ti. —Los hombres se mueven por deseo, nada más. Valentina se soltó con fuerza y respondió con una risa helada: —Eso lo saben bien tú y tu madre. Ser amantes es un talento que se hereda, ¿no? Por un instante, el rostro de Cecilia se deformó de rabia, pero enseguida volvió a fingir fragilidad. Su expresión cambió de golpe; su voz, temblorosa y llena de pena, se volvió casi un lamento. —Ya lo sé, me equivoqué. No debí soñar con el amor de Mauricio, fue culpa mía. —Pero solo quiero estar a su lado. Te lo ruego, déjame quedarme cerca de él. Dicho esto, se arrodilló frente a Valentina. Antes de que Valentina lograra entender qué estaba tramando ahora, una voz familiar sonó a sus espaldas. —Valentina, ¿otra vez estás maltratando a Cecilia?

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