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Capítulo 5

Valentina jamás habría imaginado que Hernán García le enviaría flores. Quedó paralizada un instante, y al oírlo, solo sintió una amarga ironía. Mauricio siempre defendía a Cecilia, siempre la culpaba, siempre la señalaba. ¿Y ahora con qué derecho venía a interrogarla? Valentina le soltó la mano con brusquedad y le dedicó una sonrisa helada: —¿Y a ti qué te importa? Abrazó el ramo y se dispuso a marcharse, pero Mauricio se interpuso en su camino. —No hagas un drama. Sé que esas rosas te las regalaste tú misma, solo para darme celos. —Sé que esta vez me equivoqué, y quiero compensarte. —¿Recuerdas el collar de la subasta que tanto te gustó? Lo compré. Es para ti. Su tono sonaba afectuoso, casi tierno, pero para Valentina esas palabras eran un insulto. En su mundo, los sentimientos y los sueños de ella jamás habían tenido valor alguno. Lo único que sintió ya no fue tristeza, sino una profunda decepción. Decepción por Mauricio, por los años compartidos, por lo que creyó amor. Pero en los ojos de Cecilia, la escena tenía otro significado. Ella también había deseado ese collar, insinuándolo muchas veces a Mauricio, quien siempre fingió no entender. Y ahora lo ofrecía a Valentina con tanta facilidad. Las manos de Cecilia se tensaron; la envidia y el resentimiento le nublaron la mirada. —No hace falta. —Mauricio, te lo dije: lo nuestro terminó. La sonrisa de Mauricio se apagó, y en su mirada surgió un desconcierto infantil. Pero Valentina ya no tenía intención de perder un minuto más con ellos. Se dio media vuelta y se marchó. A sus espaldas, resonó la voz furiosa de Mauricio: —¡Valentina, no te arrepientas! —¿Crees que no puedo vivir sin ti? ¡Te sobreestimas! —¡Algún día vas a rogarme de rodillas! Valentina no se detuvo. Ni siquiera redujo el paso. Sin embargo, pronto comprendió por qué había dicho eso. La noticia de que Cecilia había sido elegida primera bailarina se esparció pronto. Y junto con ella, una entrevista en la que, ante todos los periodistas, Cecilia habló de su pasado de acoso dentro del grupo. En cuestión de horas, las redes se llenaron de mensajes de odio. Y por las pistas que la misma Cecilia dejó caer, muy pronto los dedos apuntaron hacia Valentina. Se convirtió en el blanco de todo el mundo. Valentina leyó los insultos en internet sin tristeza; esa malicia ya no podía herirla. Lo que dolía era saber que el autor de todo era el único hombre que había amado: Mauricio. [Valentina, aún estás a tiempo de disculparte. Si no lo haces, las consecuencias serán graves.] El mensaje de Mauricio era una amenaza directa, pero Valentina ni siquiera respondió. Él esperó un tiempo y volvió a escribir. Entonces se dio cuenta de que ella lo había bloqueado. Su expresión se deformó de rabia. Lanzó el teléfono al suelo con fuerza. —¡Perfecto, Valentina! ¡Muy bien! —¡Dame otro teléfono! Ordenó con un gesto. Uno de sus amigos se lo entregó. Mauricio marcó el número del director del ballet. —Desde mañana, no quiero ver a Valentina en la compañía. —Entendido. Al colgar, su amigo lo miró preocupado: —No deberías hacerlo. —Bailar siempre fue el sueño de Valentina. Y ese ballet significa mucho para ella. —¿Y qué? Mauricio replicó con frialdad y golpeó una bola de billar con precisión. En su rostro apareció una sonrisa de triunfo. —Así aprenderá que yo soy su único refugio.

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