Capítulo 9
Mónica pudo sentir la hostilidad entre ambas. Ahora no le extrañaba que Lucía le hubiera encomendado una tarea tan despiadada tan pronto como había visto a Raquel.
Los labios de Lucía se curvaron en una sonrisa amable. "Sí, me gusta este trabajo. Mónica, ella es mi querida hermana. Cuídala mucho en mi nombre, ¿de acuerdo?"
Raquel ya era consciente de que no sería fácil para ella desarrollarse profesionalmente en Indonesia.
De hecho, al inicio ya tenía reservada a alguien más para que fuera su agente. Sin embargo, esa persona tuvo un asunto importante que atender a última hora, por lo que la Empresa de Entretenimiento Brillantes Estrellas le asignó a Mónica como su nueva agente en su lugar. Ella la aceptó, pero, como no tuvo mucho tiempo, no pudo investigar sus antecedentes.
Aun así, no le importó, ya que quería aceptar el desafío.
"Lucía", se oyó de pronto una voz masculina tierna. Un joven refinado caminó hacia su hermanastra y colocó la mano alrededor de su cintura.
¡Era Darío!
Habían pasado cinco años, y ahí estaba, junto a ella.
Desde el día en que se había ido, ya sabía que las cosas terminarían de esa manera. Pero aun así se sintió triste de verlo en persona.
Su implacable armadura reveló sus debilidades en ese momento. La tristeza en su corazón se infiltró de manera involuntaria en sus ojos.
La tristeza en su corazón se infiltró de manera involuntaria en sus ojos.
Al fin y al cabo, él era el hombre a quien había amado en su niñez. Haber perdido su confianza en ese tiempo había sido más insoportable que haber perdido su amor.
Aunque habían pasado muchos años, el dolor causado por la desconfianza de la persona que amaba aún persistía en lo más profundo de su corazón.
"Sr. Darío, qué considerado eres. Siempre vienes a recogerla. Eres tan afortunada, Lucía", exclamó Mónica con admiración en la mirada.
Cuando Darío observó a otro lado, notó la presencia de Raquel frente a él. Entonces, un rastro de emoción brilló en sus ojos. No la había vuelto a ver desde hace cinco años. Por fin había regresado.
Seguía siendo tan brillante y elegante como antes. Aún se veía impresionante y confiada. Lucía era hermosa también, pero de una manera frágil y vulnerable. La belleza de ambas hermanastras eran totalmente opuestas.
En el pasado, cuando Darío estaba prometido con Raquel, se había esforzado por resistirse a la tentación de la ternura de Lucía, de la que llegó a enamorarse después de que Raquel lo decepcionó con la trampa que le tendió el día de su boda.
Dado que su prometida huyó de casa de manera voluntaria, la boda se canceló sin que nadie se opusiera.
En poco tiempo, él decidió quedarse con Lucía.
"Has vuelto", dijo él y, de manera inconsciente, retiró la mano de la cintura de su pareja. Aún se sentía culpable aunque se había quedado con Lucía por su propia voluntad después de su marcha.
La verdad era que tenía sentimientos por la otra joven incluso antes de la boda. Sus emociones oscilaban de manera constante entre ambas hermanastras y no fue hasta el día de la boda en que por fin se decidió.
Raquel no respondió, lo que no lo sorprendió en absoluto.
Lucía, en cambio, sonrió con amabilidad y dijo: "Sabes, has elegido un gran momento para volver. Darío y yo vamos a comprometernos pronto. Deberías asistir a nuestra fiesta de compromiso."
"Claro que lo haré. De hecho, esta vez pienso participar en tu boda", respondió Raquel con una sonrisa.
La expresión de Lucía pareció congelarse en el tiempo. No era no quisiera celebrar una boda, sino que no podía.
Dado que su madre era la "destructora de hogares" de la familia García, los mayores de la familia Lorenzo no aceptaban su matrimonio. Tenían miedo de que ella trajera deshonor a la familia, así que se rehusaban a aceptarla como novia de Darío.
Él se sintió un poco irritado tras escuchar su respuesta. Como siempre, era tan elocuente y tan inteligente como para mantener el control.
"Bueno, nos vamos", se despidió el joven.
Lucía sonrió y agregó: "Ella también se va. ¿Salimos juntos?"
Raquel estuvo de acuerdo y salió con ellos. Hacía un poco de frío fuera, por lo que Darío sacó su abrigo y lo colocó sobre los hombros de su novia.
Lucía giró la cabeza y observó a su hermanastra con una sonrisa. Era un tipo de sonrisa llena de orgullo, presunción y otras emociones complicadas.
Un Rolls-Royce de alta gama se detuvo frente a ellos. Luego, el conductor salió del auto y abrió la puerta para ambos.
Darío ayudó a su novia para que entrara al auto, pero, antes de que ella entrara, se detuvo y giró hacia su hermanastra: "Visítanos en casa cuando tengas tiempo. Todos te extrañamos", la invitó con otra sonrisa.
Raquel se limitó a sonreír sin decir nada.
La Mansión García ya no era su hogar. La decepción y desconfianza de su padre hacia ella la habían lastimado mucho y habían llegado a su culminación ese día en que decidió irse.
El odio de Raquel hacia su hermanastra y su madrastra se notó en su rostro. Sabía que tenían intenciones maliciosas ocultas, pero los demás solo podían ver la superficie.
Su padre había escogido a esa chica antes que a ella. Por ello, no tenía ninguna razón para regresar a casa y complacerlo.
Por ello, no tenía ninguna razón para regresar a casa y complacerlo.
Raquel estuvo a punto de pedir un taxi cuando un mesero corrió hacia ella y le susurró: "Señorita García, un caballero llamado Enrique la invita a su habitación en el piso superior."
¿Enrique quería verla?
¿Había recordado lo sucedido hace cinco años?
Sería inevitable que otras personas pensaran mal de ella cuando la vieran reunirse con un hombre en un hotel. Pero, en ese momento, no se le ocurrió mejor lugar para tener una reunión.
Entró de nuevo en el hotel HJ, tomó el ascensor y presionó el botón para dirigirse al piso donde estaba la habitación del hombre.
Cuando llegó a la puerta, respiró profundamente antes de tocarla.
"Adelante", la invitó el joven, con una voz clara y fría a la vez.
Ella empujó la puerta y entró. Él estaba sentado en el sofá. Se veía incluso más indiferente y distante que antes.
En poco tiempo, parecía que se había vuelto mucho más frío.
Raquel lo miró sigilosamente por el rabillo del ojo. Al pensar que su pequeño se vería como él cuando creciera se sintió muy feliz. Para su consuelo, su hijo tenía un padre muy apuesto.
"Sr. Enrique... ¿me recuerdas ahora?", preguntó de manera educada.
"No", respondió él con frialdad.
Ella se quedó muda al escuchar tan simple respuesta. Pero, de inmediato, esbozó una brillante sonrisa y agregó: "¿Podemos conocernos ahora?"
"Eso suena bien", contestó él sin ninguna duda.
"Pensaba que no querrías verme nunca más", agregó sonriente.
En realidad, él así lo había decidido.
Al fin y al cabo, ella había desaparecido hace cinco años sin ni siquiera dar alguna explicación. El tiempo había pasado volando y ella había regresado de la nada.
¿Qué era él para ella? ¿Acaso creía que era un hombre desechable que podía usar cuando se le diera la gana?
No obstante, cuando abrió la caja de regalo, cambió de parecer.
"Sr. Enrique, perdóname si sueno intrusiva, pero me gustaría preguntarte algo", dijo la joven directamente.
Él la miró con atención, entrecerrando los ojos. "Ya has hecho demasiadas preguntas en una sola noche. ¿Qué más daría si hicieras otra?"
La joven torció los labios y preguntó: "¿Firmaste el acuerdo de divorcio ese año?"
La paciencia del hombre llegó a su límite.
La pregunta de Raquel fue tan letal que golpeó con fuerza el fondo de su corazón. Casi tiró la taza de café sobre la mesa.
La última vez que se comportó así fue cuando recibió el acuerdo de divorcio.