Capítulo 7
Iván sollozando explicó: —Solo queríamos encontrar un collar para dárselo a Isabel... Mamá no quería dárnoslo y se peleó con nosotros... Yo, sin querer...
Rubén se agachó para ayudar a Micaela. —¿Dónde te lastimaste? Te llevo al hospital.
Los dos niños, nerviosos, también intentaron ayudarla a levantarse.
De repente.
—¡Ah!
Desde el comedor se oyó un grito agudo. Una sirvienta corrió hacia ellos, presa del pánico. —¡Señor! ¡La señorita Isabel se quemó con la sopa caliente!
Rubén se detuvo.
—¿Es grave? —preguntó ansioso.
—Se le puso roja una gran zona...
Antes de que la sirvienta terminara de hablar, Rubén ya se había puesto de pie. —Micaela, llama tú misma a la ambulancia, nosotros llevaremos primero a Isabel al hospital.
Los dos niños soltaron enseguida la mano de Micaela. —¡Mamá, ve tú sola al hospital!
—Rubén... Iván... Ismael...
Micaela extendió la mano débilmente, pero ellos ni siquiera se dieron la vuelta y corrieron hacia el comedor para ayudar con sumo cuidado a Isabel a salir.
La sangre le nubló la vista; con manos temblorosas sacó el teléfono y, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, marcó el número de emergencias.
—Ayúdenme...
En el instante en que la llamada fue atendida, cayó completamente en la oscuridad.
Cuando Micaela volvió a despertar, la habitación del hospital seguía vacía.
Una enfermera entró a cambiarle el vendaje. Al ver que Micaela había despertado, suspiró. —Su esposo y los niños están en la habitación VIP de al lado, cuidando a la señorita Isabel.
Hizo una pausa y, con cierto tono de descontento, continuó: —La señorita Isabel solo se quemó una pequeña parte del dorso de la mano, pero están preocupadísimos; el señor Rubén le aplica la pomada personalmente, Iván le sopla la herida, Ismael fue a comprarle helado para animarla, y usted, que está tan gravemente herida...
Micaela escuchó en silencio, el corazón tan adolorido que ya estaba entumecido.
El teléfono vibró y la pantalla se encendió.
Un mensaje recordatorio del Registro Civil: [El período de reflexión para el divorcio está por terminar, podrá recoger el certificado de divorcio en tres días].
Ella miró el mensaje durante mucho tiempo y, de repente, sonrió.
Por fin, iba a terminar.
Después de salir del hospital, Micaela empezó a prepararse para marcharse.
El primer día, fue al cementerio.
Junto a la lápida de sus padres, había ahora una pequeña piedra nueva: era la de Marcos.
Se arrodilló ante la tumba y limpió con delicadeza la foto del joven Marcos sonriendo.
—Papá, mamá, Marcos... —su voz era suave—. Me enamoré de la persona equivocada.
—No debí enamorarme de Rubén, ni debí tener a esos dos hijos...
Sonrió levemente, mientras las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas. —Me voy... Esta vez, de verdad los dejo atrás. Viviré bien el resto de mis días. Ustedes también vivan felices en el cielo, no se preocupen por mí, algún día volveremos a encontrarnos.
El viento agitó su largo cabello, y los crisantemos blancos ante la tumba temblaron levemente, como si respondieran a sus palabras.
Al segundo día, fue al Puente de los Suspiros.
Años atrás, ella y Rubén habían colgado allí un candado del amor, grabado con los nombres de ambos.
Lo encontró y, con unas pinzas, lo cortó de un tajo y lo arrojó al río.
En el instante en que el metal cayó al agua, le pareció oír la risa de su yo juvenil.
Qué ridículo juramento; al final, su fecha de caducidad era solo de cinco años.
Después, fue a todos los lugares donde compartió recuerdos con Rubén.
El restaurante al que solían ir, el parque de su primera cita, la iglesia donde se casaron...
Fue borrando, uno a uno, todas las huellas de ese amor.
De regreso en casa, empaquetó todos los regalos que Rubén le había dado a lo largo de los años y los tiró a la basura.
Por último, preparó su equipaje; solo faltaba recoger el certificado de divorcio para marcharse definitivamente.