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Capítulo 4

Viviana, al oír que iban a beber, se puso nerviosa. —No, Lucía no se siente bien, no puede beber. La vez que Lucía sufrió una intoxicación alcohólica, fue Viviana quien la acompañó a aquella reunión social. Viviana había visto todo con sus propios ojos y quedó con un gran trauma. El médico incluso dijo que, si la hubiesen llevado un poco más tarde, la vida de Lucía habría corrido peligro. A Sebastián no le agradó lo que oyó. —¿No estarás subestimando demasiado a Lucía? ¡Todos saben que tiene una resistencia al alcohol famosa! Antes, cuando fue al norte con Tomás a negociar un proyecto, en una mesa con veinte personas, se bebió dos rondas sin problema. ¿Qué pasa ahora? ¿No puede con tres copas? ¿La estás tratando de manera diferente o es que no quieres quedar mal delante de Norma? Norma no quería que el ambiente se tensara tanto, así que intervino para relajarlo. —Sebastián, por mucho que sea secretaria, Lucía es una chica. No la molestes. Sebastián protestó: —¿Cuándo la he molestado? Y acto seguido buscó confirmación en Tomás. —Tomás, ¿esto cuenta como molestarla? Tomás alzó los párpados; su mirada indescifrable rozó la mejilla de ella y la comisura de sus labios se curvó con frialdad. —No cuenta. Al oírlo, Sebastián se sintió aún más respaldado. —¿Ves? Tomás dice que no. Norma, es que tú eres demasiado buena, no como Lucía. Ella es toda una veterana del mundo empresarial, sabe muy bien cómo aprovechar ventajas y evitar riesgos. Ante el menosprecio de Sebastián, Lucía no respondió. Simplemente fijó la mirada en Tomás, como si quisiera descifrar algo en sus ojos. Parecía querer ver más allá de sus ojos. Ella esperaba que él hablara para sacarla de la situación, aunque fuera con un simple "ya basta" o "no hagas caso". Era como un último esfuerzo desesperado antes de caer en la desesperanza. Pero Tomás no habló. En sus ojos no había más que indiferencia. En ese instante, Lucía comprendió algo. Fue como si alguien le hubiera vertido una cubeta de agua helada llena de hielo por la espalda, apagando de golpe la última chispa de ilusión en su corazón. Sonrió con aire distraído, se inclinó para tomar la copa sobre la mesa y habló con calma: —Fui yo quien no entendió las reglas. Está bien, beberé. En el pasado, ella había aprendido muchas técnicas para beber en reuniones. Como comer algo antes, tomar un poco de leche o yogur, beber despacio… Gracias a esas estrategias, había salido victoriosa en incontables banquetes. Pero en ese momento no usó ninguna. Solo siguió bebiendo. Una copa. Dos copas. Tres copas. El vino tinto le quemaba la nariz, le provocaba un escozor que casi la hacía llorar, y hacía que su estómago, ya dolorido, se contrajera aún más. Aun así, Lucía agitó con indiferencia la copa vacía hacia Tomás. —Ya terminé. ¿Puedo irme, señor Tomás? … Lucía no supo si Tomás asintió al final. Porque no esperó a que él lo hiciera; simplemente se dio la vuelta y salió del salón privado. El estómago se le revolvía con violencia, y temía vomitar allí mismo. Cuando estaba inclinada sobre el lavabo, vomitando sin control, incluso agradeció haber tomado un medicamento para el estómago antes de beber, y no antibióticos. Nadie nace con buena tolerancia al alcohol. Antes de entrar a Grupo Evolux, Lucía tampoco bebía ni una gota. La primera vez que acompañó a Tomás a una reunión, se toparon con un cliente difícil que insistió en que Tomás debía beber para demostrar sinceridad. Pero Tomás era alérgico al alcohol y no podía tocarlo. Fue Lucía quien dio un paso adelante para beber por él. Era su primera vez, no tenía experiencia, y con una sola copa terminó tosiendo y ahogándose. Pero al pensar que era una oportunidad que Tomás había conseguido con mucho esfuerzo, por más difícil que le resultara tragar, se obligó a hacerlo. Ese fue el primer proyecto que ganó por Tomás. Tomás dijo que ella era una pieza clave de Grupo Evolux y que, cuando alcanzaran el éxito, quería compartir con ella toda esa gloria. Por el futuro que él le había pintado, Lucía no volvió a permitir que Tomás bebiera ni una gota. Siempre que había reuniones sociales, era ella quien se hacía cargo. Su tolerancia al alcohol se forjó copa tras copa. Pero, con el tiempo, aquella armadura que había templado luchando por él se convirtió en la flecha que él usaba para proteger a la mujer que amaba, y siete años después la atravesó por completo. Dolía, pero también la obligaba a despertar. Cuando salió del Club Imperial Noche, estaba lloviendo. La lluvia de finales de otoño había llegado sin ninguna señal. El estómago de Lucía, recién vaciado, no se había calmado mucho; ella estaba aún más pálida. Sacó el teléfono para pedir un auto, pero el chofer de Tomás la vio y corrió hacia ella. —¿Secretaria Lucía, ya terminó la reunión? ¿Y el señor Tomás? ¿No salió con usted? —Mm no, supongo que tardará un poco —respondió Lucía, con la voz casi flotando. Dentro, el ambiente seguía animado y Tomás tenía a su bella acompañante en brazos; no parecía que fuera a terminar pronto. El chofer miró hacia el interior y, al ver el mal semblante de Lucía, decidió por cuenta propia. —Secretaria Lucía, si quiere la llevo primero. Con la lluvia y a esta hora, será difícil conseguir un auto. Lucía no se negó. Se sentía realmente mal y no quería seguir forzándose. Pero a mitad de camino, sonó el teléfono de Tomás. Preguntó al chofer dónde estaba. Este respondió con honestidad que Lucía no se encontraba bien y que, creyendo que ellos tardarían más, había decidido llevarla primero. La voz de Tomás resonó fría por el altavoz del auto: —¿Recuerdas quién te paga el salario? El chofer se estremeció del susto. —Voy enseguida a recogerlo. Antes de colgar, la voz de Tomás se volvió suave, sin rastro de la frialdad anterior. —El auto llegará ahora. Hace frío, espera adentro. Norma respondió con dulzura: —Entonces quédate conmigo, Tomás. Lucía no supo qué contestó Tomás, porque la llamada se cortó. El chofer tenía una expresión llena de incomodidad. Lucía tomó la iniciativa: —Julián, déjeme aquí en la carretera. Yo tomaré un auto por mi cuenta, gracias. En ese tramo no solo era difícil encontrar taxi, sino que ni siquiera había un lugar donde protegerse de la lluvia. Con remordimiento, Julián le dio a Lucía el paraguas del auto antes de despedirse. Quizá porque aquella noche había sido demasiado desafortunada, el cielo tuvo un raro gesto de compasión, y no pasó mucho hasta que llegó un auto. Aun así, al día siguiente, Lucía amaneció con resfriado y fiebre. Tras el aborto, su cuerpo seguía débil; además, la gastritis recurrente había colapsado por completo su sistema inmunitario, incapaz de soportar la más mínima brisa o lluvia. Pero ese día tenía una cita con Alonso Valdez, de Grupo Altamira, para hablar de un proyecto: el mismo que Tomás había mencionado en la reunión. Si volvía a retrasarlo, seguramente Tomás la culparía otra vez. Lucía miró el termómetro: treinta y ocho grados y medio. No era una fiebre que pusiera en riesgo su vida, pero sí lo bastante incómoda como para dejarla sin fuerzas. Podía tomar algún antipirético, claro, pero Alonso era conocido por ser un verdadero dios del alcohol, alguien que disfrutaba especialmente discutir asuntos importantes en la mesa de copas. Lucía, con determinación, volvió a tirar las pastillas al cajón, tomó los documentos y salió sin volver la cabeza. … Lucía acababa de pedir los platos y el vino cuando Alonso llegó. Al ver que la comida y la bebida en la mesa eran justamente de su gusto, se puso de muy buen humor. —Secretaria Lucía, ¿de verdad no considera venir a Grupo Altamira para ser mi asistente? ¡El salario lo pone usted! —Gracias por el aprecio, señor Alonso, pero mi contrato con Grupo Evolux aún no ha vencido. Por ahora no tengo intención de cambiar de trabajo. Esa había sido siempre la respuesta de Lucía. Por su capacidad profesional, nunca le faltaban ofertas dentro del sector. En una ocasión, un socio comercial se emborrachó y, delante del propio Tomás, intentó reclutarla para su empresa. Tomás no dijo nada en ese momento, pero esa noche la llevó al límite en la cama. Al final, fue Lucía quien decidió firmar un contrato de larga duración con Grupo Evolux, solo para calmarlo un poco.

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