Capítulo 5
Alonso, al oírla decir aquello, se sintió a la vez apenado y lleno de envidia. —El señor Tomás sí que tiene buena fortuna al contar con una secretaria como usted; no es de extrañar que su negocio llegara tan lejos.
—Señor Alonso, exagera. Comparado con el señor Tomás, usted, que construyó todo desde cero, merece aún más mi admiración.
Aunque eran solo palabras de cortesía dichas en una mesa de copas, Alonso igualmente se sintió halagado y de muy buen humor.
—Me encanta negociar con usted; lo que dice siempre resulta agradable. Vamos, esta copa es por usted.
—No se preocupe, sé que tiene problemas de hígado. Deje que la beba yo; me la tomaré de un trago, sírvase como quiera.
A Alonso le gustaba tratar con gente directa, así que aquel carácter de Lucía le resultaba especialmente atractivo.
Cuando Lucía terminó de beber, él se apresuró a aconsejarla: —No te esfuerces tanto. Este proyecto lo firmaré solo contigo; venga quien venga, no servirá de nada.
—Entonces, muchas gracias, señor Alonso. —Lucía le sirvió vino personalmente.
Alonso notó que su semblante tenía algo extraño y le preguntó con preocupación: —Secretaria Lucía, ¿está usted enferma? Su cara no se ve muy bien.
—No es nada.
—Si quiere, puedo pedirle al chófer que la lleve al hospital.
Lucía estaba a punto de decir que no hacía falta cuando llamaron a la puerta del reservado.
El camarero entró empujando la puerta. —Señor Alonso, el señor Tomás, al enterarse de que usted estaba cenando aquí, me pidió especialmente que le trajera este vino.
Alonso miró la botella en manos del camarero.
Romanée-Conti, un gesto realmente generoso.
Pero lo que más le intrigó fue que, si Tomás también estaba en el Restaurante El Laurel Real, ¿por qué no estaba con Lucía?
Antes de poder preguntar, Tomás llegó acompañado de Norma.
—Señor Alonso, ¿le gusta el vino? —saludó Tomás, dejando que su mirada pasara por encima de Lucía sin detenerse.
Tomás llevaba solo una camisa blanca limpia y bien planchada. Le quedaba impecable, ni más grande ni más pequeña, resaltando una figura esbelta y elegante.
En cuanto a la chaqueta…
En ese momento estaba sobre los hombros de Norma, exhibiendo sin tapujos su cercanía.
Lo irónico era que esa chaqueta la había elegido Lucía personalmente para Tomás.
—Esto es un detalle del señor Tomás; ¿cómo podría no gustarme? Y esta señorita es…
La mirada de Alonso se posó en Norma, que había entrado detrás de Tomás, deduciendo instintivamente la relación entre ambos.
Un hombre que le pone su chaqueta a una mujer… la relación estaba más que clara.
Alonso miró a Lucía de manera automática.
Ella parecía tranquila, aunque estaba aún más pálida que antes.
—Permítame presentarle: esta es la señorita Norma, del tercer departamento de inversiones de Grupo Evolux. Norma, este es el señor Alonso, de Grupo Altamira, un viejo amigo de la empresa.
Norma dio un paso adelante para estrechar la mano de Alonso. —Encantada, señor Alonso. Espero que podamos trabajar bien en el futuro.
—Señorita Norma, no hace falta tanta formalidad.
Grupo Altamira y Grupo Evolux ya habían colaborado en varios proyectos; por eso Alonso conocía un poco la situación interna de Grupo Evolux.
El tercer departamento de inversiones no llevaba ni un año creado; el puesto de directora siempre había estado vacante y todos pensaban que sería para Lucía.
Después de todo, durante aquel año había sido Lucía quien se encargó de los proyectos del departamento en calidad de sustituta.
A pesar de tener dos cargos a la vez, en apenas doce meses Lucía había llevado al tercer departamento a convertirse en el primero de todo Grupo Evolux en rendimiento. Su esfuerzo, naturalmente, había sido mayor que el de cualquiera.
Lo que nadie esperaba era que, al final, el árbol que cuidó terminara dando sombra para otro.
Incluso Alonso, siendo un observador externo, sintió lástima por Lucía.
—Por cierto, señor Alonso, respecto a este proyecto en el que colaboran Grupo Evolux y Grupo Altamira, de ahora en adelante será la señorita Norma quien se encargará de la comunicación con usted. Por eso la he traído para saludarlo y que puedan conocerse.
Al oírlo, Alonso arrugó la frente de forma instintiva. —Pero hasta ahora siempre había sido la secretaria Lucía quien trataba estos asuntos conmigo. Este cambio repentino…
Tomás, sin darle importancia, respondió: —Lucía es solo una secretaria. Antes, la señorita Norma no había regresado y por eso le entregamos el proyecto de forma provisional. Ahora que la responsable legítima está de vuelta, es natural devolverle lo que le corresponde.
Tras decirlo, incluso intentó tranquilizar a Alonso: —No se preocupe, señor Alonso. La señorita Norma tiene un doctorado en Finanzas por la Aldington School of Finance de Llanoazul y ha trabajado en los bancos más prestigiosos del extranjero. Es un talento que contraté para Grupo Evolux con un sueldo muy alto; su capacidad profesional está fuera de toda duda.
Lo que preocupaba a Alonso no tenía nada que ver con la profesionalidad. Más bien sentía cierta lástima por Lucía.
Después de todo, ella había dado muchísimo por aquel proyecto.
Y ahora Tomás lo entregaba a otra persona tan fácilmente, de una manera que incluso a un observador externo le resultaba injusta.
Sin embargo, la reacción de Lucía fue sorprendentemente serena.
Tomás estaba presentando personalmente a Norma ante la contraparte, dejando claro que pensaba respaldarla.
Un gesto realmente considerado.
Un tipo de consideración que Lucía jamás había recibido.
Por eso habló con voz tranquila: —Prepararé cuanto antes los documentos del proyecto para entregárselos a la señorita Norma.
—Gracias, secretaria Lucía —respondió Norma con cortesía.
Lucía asintió levemente y, al ponerse de pie para tomar su bolso, se despidió de Alonso: —Señor Alonso, puede conversar directamente con la señorita Norma. Yo me retiro.
Alonso quería retenerla, pero no tenía la posición para hacerlo.
Al final, solo pudo expresar de manera velada su descontento. —Es una decisión interna de su empresa; como externo, no tengo objeciones. Al final, da igual con quién negocie. Pero el señor Tomás sabe bien cuál es mi costumbre: me gusta beber para hacer amistad. En su momento, la secretaria Lucía bebió nueve copas y me dejó muy impresionado. No sé cómo será la resistencia al alcohol de la señorita Norma.
—Tal vez no llegue al nivel de la secretaria Lucía, pero también estoy dispuesta a acompañarlo y que lo pasemos bien —respondió Norma, alzando la copa con naturalidad.
Pero antes de que pudiera beber, Tomás le arrebató la copa. —Ella no se siente bien. Yo beberé por ella.
Y sin esperar la reacción de Alonso, se tomó la copa entera.
Alonso sabía que Tomás era alérgico al alcohol, así que en los compromisos sociales siempre era Lucía quien bebía por él.
Habían pasado muchos años conociéndose y era la primera vez que veía a Tomás beber por otra persona.
Entonces, ¿qué significaban todas aquellas veces en que Lucía había bebido por él?
Lucía, ya fuera del lugar, también estaba pensando en eso.
…
Cuando regresó a casa, tomó su medicina y acababa de acostarse cuando recibió una llamada de Alba.
Le preguntó si había descansado bien últimamente.
Si había logrado recuperarse.
Si estaba siguiendo al pie de la letra las indicaciones médicas y manteniéndose lejos del alcohol.
Lucía respondió de forma vaga.
Alba lo notó enseguida y comprendió que estaba mintiendo. —¿Así que volviste a beber?
—Fue una cena de trabajo, no tenía alternativa.
Alba estalló al otro lado del teléfono. —¿Es que no te importa tu vida? ¿Ya olvidaste que casi mueres por intoxicación alcohólica? ¿Y cómo se le ocurre a ese imbécil de Tomás dejar que vayas a reuniones con alcohol?
—No volverá a pasar —prometió Lucía.
Alba no le creyó ni un poco. —¡Eso mismo dijiste antes!
—Esta vez es verdad.
—¿Y qué tan verdad?
Lucía reflexionó un momento antes de preguntar: —¿Conoces algún abogado? Uno capaz de enfrentarse al departamento legal de Grupo Evolux.
A Alba le dio un vuelco el corazón. —¿Qué piensas hacer?
—Quiero rescindir mi contrato con Grupo Evolux. Pero ya sabes que firmé un contrato a largo plazo, con cláusulas muy desfavorables para mí. Además, el equipo legal de Grupo Evolux es muy duro; los abogados comunes no se atreven a aceptar el caso.
Solo entonces Alba entendió que no estaba bromeando. Entonces preguntó, sorprendida: —¿Eres realmente Lucía?
—En persona.
—¡Hoy sí que es un día para celebrar! ¡Mi amiga, que había perdido la cabeza por amor, por fin despertó! —Alba se alegró sinceramente por ella.
De no ser porque Lucía necesitaba descanso, la habría hecho desvelarse conversando.
—Déjame a mí lo del abogado; buscaré a alguien realmente competente.
Antes de colgar, Alba volvió a tranquilizarla.
Poder desahogarse con alguien alivió mucho a Lucía; cuando el sueño ya empezaba a vencerla, recibió una llamada de Tomás.
Respondió.
Su voz fue bastante serena.
—¿Señor Tomás necesita algo?
—Tráeme mi medicina para la alergia. —ordenó Tomás, como hacía siempre.
Lucía respondió: —Sí, señor Tomás.
Después de colgar, apagó el teléfono y se dispuso a dormir tranquilamente.
En cuanto a ese episodio de caballerosidad, de ayudar a otra a beber pese a su alergia al alcohol…
¿A ella qué le importaba?