Capítulo 18
Había pasado ya medio mes desde que María llegó a la zona de guerra.
Aparte del desconcierto y la confusión del primer día, muy pronto se adaptó a la vida allí.
Cada día, María atendía a incontables heridos: víctimas de armas blancas, de balas perdidas, de explosiones.
Algunos morían en cuanto llegaban al hospital; los que sobrevivían, en su mayoría, se enfrentaban a la pérdida de algún miembro.
En apenas una semana, María había visto a familiares despedirse para siempre, a amantes que se mantenían firmes hasta el final y a hermanos como los de aquel día, que no eran pocos.
Lo que en un principio le provocaba dolor, con el tiempo se volvió parte de la rutina.
Allí, María no tenía tiempo de pensar en el pasado: en el acoso, en los engaños, en cómo había sido utilizada. Ni siquiera tenía tiempo de encender el celular para enterarse de lo que ocurría en su país.
Las heridas que alguna vez le parecieron insoportables, frente a tanta muerte, ya no tenían importancia.
Estar viva, poder vivir

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