Capítulo 3
Laura no quiso prestarle atención a sus provocaciones y se giró para marcharse.
Al verla intentar escapar, María estaba a punto de seguir gritándole, cuando una figura familiar apareció repentinamente en el corredor.
Se le ocurrió una idea y, sin dudarlo, agarró la mano de Laura y la arrastró hasta el interior de la fuente.
Ninguna de las dos sabía nadar; comenzaron a agitarse y a pedir ayuda desesperadamente.
La herida de Laura se reabrió y la sangre tiñó el agua de rojo.
El agua helada le inundó la nariz, haciéndola toser sin parar.
El dolor la dejó sin fuerzas y comenzó a hundirse.
Cuando estaba a punto de perder el conocimiento, vio a Víctor saltar al agua.
Pero él nadó a su lado sin siquiera mirarla, sin tenderle la mano; solo sacó a María a la orilla.
María, con los ojos enrojecidos, se arrojó a sus brazos y, mirando a Laura aún sumergida, fingió estar angustiada.
—Laura me empujó sin querer al agua. Solo tengo una hermana, ¿puedes salvarla también, por favor?
Al escucharla y ver a Laura en el agua, el rostro de Víctor se tornó frío como el hielo.
—María, no sigas defendiéndola. Está claro que lo hizo a propósito para matarte y luego fingió lanzarse también para hacerse la víctima. Si no quiere cambiar, que se quede en el agua para que aprenda.
Aquellas palabras atravesaron el corazón de Laura como un puñal.
Su rostro estaba amoratado, solo escuchaba zumbidos en los oídos y ya no le quedaban fuerzas.
Su conciencia se fue desvaneciendo poco a poco y la vista se volvió borrosa.
Vio a Víctor marcharse con María en brazos y después perdió el sentido...
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando el frío la hizo despertar.
Tiritando, abrió los ojos y vio a sus padres frente a ella, con el rostro lleno de furia.
—¡Te atreviste a empujar a María al agua! ¿Querías matarla y quedarte tú con Víctor?
—¡Mientras estemos vivos, jamás permitiremos algo así! No tienes nada que se compare con María, nunca estarás a la altura de Víctor. Más te vale que asumas la realidad y dejes de soñar despierta.
Las palabras de sus padres la dejaron helada; la desesperación lo invadió todo.
Todos los dolores reprimidos durante años finalmente estallaron.
—¿Y María sí se merece a Víctor? Si ustedes no hubieran mentido, Víctor jamás la habría mirado. Lo que era mío, ustedes se lo robaron para dárselo a ella. ¿No les da vergüenza?
Verla contestar enfureció a Elena, que se puso roja de ira. Ricardo le dio una bofetada.
—Somos tus padres. Esta vida y todo lo que tienes te lo dimos nosotros. Si queremos quitártelo y dárselo a María, lo haremos. ¿Quién eres tú para quejarte?
—Si te atreves a contar la verdad, ya verás...
Antes de terminar la amenaza, la puerta se abrió de golpe.
Víctor entró, frunciendo el ceño.
—¿Qué verdad?
La aparición repentina de Víctor hizo que sus padres se asustaran y se trabaran al hablar.
—Estábamos reprendiendo a Laura, para que dijera la verdad de por qué empujó a María al agua.
—Eso, no quiere reconocerlo y ya no sabemos cómo castigarla.
Se miraron y, de común acuerdo, cambiaron de tema.
Víctor no le dio más vueltas, pero dirigió a Laura una mirada helada.
—Si no está dispuesta a admitir su culpa, enciérrenla en la morgue. Que salga cuando haya aprendido la lección.
A Ricardo le pareció una gran idea y enseguida llamó a los guardias para que la llevaran allí.
Laura, con la mejilla enrojecida, tenía la mirada vacía y muerta.
Sabía que resistirse solo provocaría un castigo peor, así que no se opuso y dejó que la arrastraran fuera.
La morgue estaba envuelta en un frío aterrador. No tuvo más remedio que abrazarse a sí misma, temblando sin parar.
De pronto, recordó aquellos días en la Casa López, cuando ella y Víctor se refugiaban juntos del frío en las noches de tormenta.
Entonces, Víctor le daba su chaqueta, le tomaba la mano y la acurrucaba contra su pecho, repitiéndole una y otra vez que no tuviera miedo.
Dulces recuerdos y una realidad helada se entrelazaban, torturando sus nervios.
El tiempo pasaba lentamente; entre el hambre y el frío, empezó a perder la conciencia, hasta que vio abrirse la puerta.
Víctor entró con el rostro impasible y la mirada cortante.
—Has pasado un día y una noche aquí. ¿Ya has entendido tu error?
—Sí, lo he entendido. Me he equivocado por completo.
Laura, encogida, respondió con voz ronca.
Al ver la expresión satisfecha de Víctor, se levantó tambaleándose y salió, murmurando en lo más profundo de su corazón.
Su error fue creer en la promesa de estar juntos. Su error fue enamorarse de él.