Capítulo 2
Al abrir de nuevo los ojos, Laura se dio cuenta de que estaba en el hospital.
Una enfermera estaba cambiándole las vendas; al verla despertar, respiró aliviada.
—Has estado inconsciente dos días, por fin despertaste. Tu hermana se asustó tanto que se desmayó y ahora tus padres y tu cuñado la cuidan en la otra habitación. ¿Quieres que los llame para que vengan?
Ante esas palabras, las pestañas de Laura temblaron levemente y negó con la cabeza.
—No hace falta. Ellos no querrán verme, y yo tampoco quiero verlos.
La enfermera dejó entrever un destello de compasión antes de abandonar la habitación.
—Siendo hermanas, la menor con una hemorragia grave ingresada en la UCI, y la familia sin siquiera preguntar, solo pendientes de la que se asustó. En estos dos días ni una vez vinieron a verla.
—Dicen que su cuñado es el presidente del Grupo López. Tras casarse en una familia poderosa, es normal que se olviden de la hermana. Eso sí, su cuñado no se separa de su esposa, la cuida en todo y llena la habitación de regalos.
Sus voces en susurros llegaban con claridad a los oídos de Laura.
Pero su rostro seguía inmutable.
A esas alturas, ya estaba más que acostumbrada a esa situación.
Por la tarde, el médico la llamó para un chequeo y, sin nadie que la acompañara, fue sola esforzándose por mantenerse en pie.
Al pasar junto a la habitación de al lado, Laura vio a sus padres y a Víctor cuidando a María.
Su padre la tapaba y su madre le daba uvas peladas.
María sonreía dulcemente, con un tono mimado.
—Papá, mamá, llevan todos estos días cuidándome y no han podido ir a ver a Laura. ¿Por qué no le llevan el resto de la sopa? Está herida y seguro le ayudará a recuperarse.
—No te preocupes por ella, donde sea que esté, sabrá sobrevivir. Esa sopa la cocinó Elena durante toda la noche; llevarla a ella sería un desperdicio.
Su padre, Ricardo González, la rechazó sin dudar, y su madre, Elena, asintió de inmediato.
Víctor, mientras tanto, arreglaba el cabello de María, rebosando ternura en la mirada.
—El médico dijo que te desmayaste por el susto. Laura siempre ha sido fría, nunca ha tenido sentimientos. Incluso se atrevió a desearme. ¿Por qué te preocupas por ella?
Laura escuchó ese juicio frío y no pudo evitar una sonrisa amarga, llena de ironía.
Ella era alérgica al marisco, pero como a María le encantaba, en casa siempre había mariscos en cada comida.
Laura no podía comerlo, solo podía alimentarse de verduras y aun así sus padres la regañaban por ser quisquillosa.
En público, María siempre fingía preocuparse por ella, pero en privado solo recibía burlas y humillaciones, e incluso golpes y patadas.
Después de golpearla, María lloraba para denunciarla, tergiversando todo.
Sus padres ni siquiera preguntaban y la castigaban haciéndola arrodillarse toda una noche bajo la lluvia.
Desde entonces, Laura mantenía la distancia con María y le cedía todo lo que pedía.
En su vida pasada, Víctor fue la única persona por la que quiso luchar.
Pero ni siquiera así pudo cambiar su destino.
En esta vida, solo quería vivir para sí misma, no pelear, no competir, no amar.
Laura se sometió sola al examen, y fue a la farmacia con la receta en la mano.
La farmacia estaba en otro edificio, al que se llegaba cruzando un jardín.
Al pasar junto a la fuente, una figura la detuvo; al alzar la vista, vio a María.
—Parece que tus heridas no eran tan graves después de todo. Te lo advierto, papá y mamá siempre estarán de mi lado. Incluso si le cuentas a Víctor que fuiste tú quien estuvo con él todo ese tiempo, que quien de verdad le quiere eres tú, no servirá de nada.
Ante su provocación, la reacción de Laura fue totalmente calmada.
—No te preocupes, de ahora en adelante no volveré a enamorarme de Víctor. Todo lo que quieras será tuyo.
María, acostumbrada a esa actitud, se sintió aún más victoriosa.
—¿Necesito que me cedas algo? Yo siempre he conseguido lo que quiero, tú solo puedes quedarte con lo que yo no quiero. ¡Nunca podrás ganarme!