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Capítulo 35

Los dos volvieron a entregarse el uno al otro al jaleo de la pasión. La incomodidad de hace un momento parecía haberse desvanecido por completo. Julia se acurrucó en sus brazos y, con el rabillo del ojo, vio el celular en el rincón, cuya pantalla ya estaba hecha trizas. En sus labios se dibujó una sonrisa de triunfo. Andrea, la payasa eres tú. No eres más que una pobre desgraciada. Después de todo, en una relación, la amante no es quien llega después, sino quien no es amada. En el corazón de Salvador solo existía ella. El lugar de esposa de Salvador, tarde o temprano, también sería de Julia. A la mañana siguiente. Julia reposaba sobre el hombro de Salvador. —Salvador. —Lo miró: —Ya casi es Año Nuevo. Mi mamá dice que te extraña mucho y que le gustaría que la visitases. La insinuación era más que evidente: ¿podría Salvador acompañarla este año a pasar la noche vieja en aquel puerto pesquero? Salvador se quedó un instante en silencio, y respondió con un tono que llevaba un dejo de discul

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