Capítulo 2
Tras escuchar a Noelia, Emiliano agitó suavemente la copa; su tono llevaba un matiz burlón:
—Mi reputación no es precisamente buena. No se compara con la supuesta profundidad y estabilidad de Alejandro. ¿Por qué me eliges a mí?
—Si de verdad fueras el inútil del que hablan los rumores, ¿cómo habrías podido enfrentarte a Alejandro durante tantos años y mantenerte a su mismo nivel?
Aquellas palabras complacieron a Emiliano.
Soltó una risa baja; en su mirada apareció un interés renovado: —Tienes buen ojo.
—Justamente ahora necesito a una socia inteligente.
Se inclinó levemente hacia delante, con un aire de seducción mezclado con tanteo:
—Hagámoslo así: cuando te divorcies de Alejandro, compro las acciones que tienes en tu poder y, además...
—El día en que el acuerdo de divorcio entre en vigor, nos comprometemos. ¿Qué te parece?
A Noelia le sorprendió su franqueza. Tras unos segundos, curvó apenas los labios: —Entonces, que sea una cooperación feliz.
En ese instante, un brazo se cerró de golpe alrededor de su cintura y la atrajo hacia un abrazo familiar.
La voz grave de Alejandro resonó sobre su cabeza: —¿De qué conversación tan animada hablaba el presidente Emiliano con mi esposa?
El corazón de Noelia se encogió de repente. Se obligó a mantener la calma y tomó el brazo de Alejandro con naturalidad:
—¿Por qué regresaste antes sin avisar?
—¿Y mi regalo? El bolso de edición limitada que prometiste. No me dirás otra vez que no lo conseguiste, ¿verdad?
Sin darle tiempo a responder, fingió entonces recordar la presencia de Emiliano:
—Recién vi que los gemelos del presidente Emiliano son bastante especiales. Pensé que, si tú los llevaras, te quedarían aún mejor. ¡Hasta quería mandarte a hacer un par!
La expresión contenida de Alejandro se suavizó; apareció una indulgencia familiar:
—¿Tantas preguntas? Te lo cuento con calma en casa. El bolso está en el auto.
Apretó la mano en su cintura: —Presidente Emiliano, nos retiramos primero.
De regreso, Rocky se acurrucó dócilmente en brazos de Noelia.
Ella acarició su pelaje y mencionó, como al pasar, el incidente de la gala:
—Hoy sí que me asusté. ¿Cómo terminó Rocky en la tarima de la subasta?
Alejandro sostuvo su mirada; su expresión no cambió:
—Una empleada de la casa fue sobornada por Susana y se llevó a Rocky sin autorización. Ya la despedí.
Esas palabras, ese gesto, le resultaban inquietantemente familiares. El corazón de Noelia se hundió sin remedio.
Diez años atrás, en la etapa más dura del emprendimiento de Alejandro, él había ido a cargar equipos para ahorrar dinero y se abrió el brazo con un corte profundo.
Entonces también mentía, decía que todo estaba bien para tranquilizarla.
Pero aquel Alejandro, que evitaba mirarla a los ojos con culpa.
Hoy mentía sin pestañear, sin alterar siquiera el ritmo de su respiración.
Noelia apartó la vista y miró por la ventana, guardando silencio.
Cuando el auto entró al garaje y abrieron la puerta de casa, vieron a Susana acercarse.
—Noelia, vine a disculparme por lo de esta noche.
Noelia la ignoró y siguió caminando hacia el interior.
Susana insistió y trató de tomarla del brazo; Noelia se zafó de un tirón.
En el forcejeo, un jarrón de cerámica cayó al suelo con un sonido seco.
Los fragmentos se esparcieron, y también las pequeñas notas que estaban ocultas en su interior.
Ese jarrón lo habían hecho juntos en su primera cita, en un taller de cerámica.
Ambos fueron torpes; la pieza quedó torcida e imperfecta, pero Noelia siempre la había atesorado.
Si hubiera sido antes, ya se habría abalanzado a recoger los pedazos con el corazón en un puño.
Pero esta vez se quedó inmóvil y miró a Alejandro.
Con un atisbo de esperanza, buscó en su rostro una señal auténtica de preocupación.
Por un instante, la sorpresa cruzó la cara de Alejandro, pero enseguida la miró a ella.
Susana exclamó: —¡Lo siento! Sé que es un recuerdo de ustedes. Estoy dispuesta a compensarte con 15,000 dólares.
Así que no había sido un accidente, era otra prueba más.
Ambos esperaban. Esperaban su elección entre diez años de sentimientos y 15,000 dólares.
La ira y la decepción se mezclaron y subieron de golpe a la garganta de Noelia; los ojos le ardieron.
Apretó los dientes para que aquella acidez no se desbordara.
Bajo la mirada de Alejandro, Noelia sacó el celular con naturalidad, abrió el código de pago y se lo mostró a Susana:
—De acuerdo. Paga.
Susana tardó un segundo en reaccionar y escaneó el código por reflejo.
El sonido nítido de la notificación resonó en la sala. Con total calma, Noelia le indicó a la empleada que estaba cerca:
—Tira los pedazos al basurero.
—Espera. —Alejandro levantó la mano, hizo salir a la empleada y a Susana.
En la sala solo quedaron ellos dos. Alejandro se agachó despacio y recogió una a una las notas del suelo.
Luego se incorporó y caminó hasta Noelia, en sus ojos se arremolinaban emociones complejas.
Decepción, incomprensión y una pizca de ira herida.
—Noelia, ¿nuestros diez años juntos valen menos para ti que esos 15,000 dólares?